Pestaña

jueves, 3 de octubre de 2024

Del Ministro Provincial en la Solemnidad de San Francisco

«Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad, tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna, grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso salvador.»
(AlD 7)


A los hermanos de la Provincia, a las hermanas contemplativas, a los hermanos y hermanas de la OFS, de los movimientos juveniles franciscanos, de las hermandades y cofradías asociadas a nuestra Provincia y a todos los que os sentís atraídos por el testimonio de vida de Francisco de Asís. 
 
La proximidad de la solemnidad de nuestro Seráfico Padre San Francisco, en este año que se cumplen los 800 años de la impresión de los estigmas en el monte Alverna, es un reclamo para que también nosotros salgamos de nuestros propios intereses y comodidades y así dejarnos impregnar del Amor que, despojado y entregado para nuestra salvación, nos llama a vivir ese camino de restitución al Dios que todo lo puede. 
 
Si Francisco, tras el encuentro con el Crucificado en San Damián, se sintió tocado por la gracia que le llamaba a restaurar la Iglesia y a su vez, marcado por el Crucificado hasta el punto de desear experimentar en su cuerpo los dolores de la Pasión —llorada sin avergonzarse según la Leyenda de los Tres Compañeros (V,14)—, en su corazón anidaba la ardiente caridad de la llama del amor divino, que provocaba en él estremecimiento, pues en mucho ha de ser amado el amor de Aquel que tanto nos amó (LM IX,1).

Llagas o estigmas marcan asimismo nuestro camino, no simplemente provocadas por daños físicos sufridos, sino también llagas que hablan de heridas no sanadas y de facturas no prescritas, y nuestra tentación es, como siempre, creernos el ombligo del mundo y estar sólo pendientes de nosotros mismos para llamar la atención sobre nuestros temas no resueltos, olvidándonos de quien por ti y por mí cogió la Cruz, la abrazó y, sin reservarse nada, se entregó.

Hoy, por tanto, ese Amor, el que marcó para siempre a Francisco, en el que se contemplaba y a quien acogió en su cuerpo por los estigmas que Dios le concedió para saborear su ofrenda de amor por nosotros, de algún modo nos llama a salir de nosotros mismos, recordarnos que nuestro compromiso, el que arranca del bautismo y que luego se ha plasmado, sea en la consagración religiosa, en el estado matrimonial o en los distintos campos de evangelización, requiere respuestas, signos y gestos que realmente hablen del porqué del seguimiento a Cristo.

Así, comparto contigo lo que tan admirable causa suscita en mi interior, que pasa, inapelablemente, por una vía de restitución; pues gratis hemos recibido para darnos en gratuidad, con total docilidad y disponibilidad al querer de Dios:

a. Al Altísimo y sumo Dios, toda alabanza, toda gloria, todos los bienes: no a otro sino a Él, que enteramente se entregó por nosotros, volver el corazón y así, vacíos de nosotros mismos, hacerlo la razón de ser, nuestra esperanza y nuestro deseo más íntimo y profundo.

b. A quien por nosotros dio su vida sin reservarse nada, dejar manar el manantial del amor que hace posible los lazos de fraternidad y auténtica hermandad en nuestra relación: por Él construir fraternidades donde reine la acogida mutua, la ternura y delicadeza en la relación, y así muéstrense mutuamente familiares entre sí. Y con total confianza manifieste el uno al otro su necesidad, porque si la madre nutre y ama a su hijo carnal, ¡cuánto más amorosamente debe cada uno amar y nutrir a su hermano espiritual! (RegB VI,7).

c. A quien desnudamente subió al árbol de la Cruz, nada ambicionemos y nada busquemos, sino emprendamos el camino de la pobreza: para hacer realidad nuestra confianza en el Dios que es Providencia, y que cada día está dispuesto a darnos el pan que necesitamos a diario. Estamos demasiado aferrados a los bienes materiales y esto impide vivir nuestro compromiso con Dama Pobreza. De ahí que, si nuestro deseo está en alcanzar la tierra de los vivientes, seamos libres y sea el Señor nuestro único tesoro en la tierra.

d. Y porque Dios por nosotros se ha hecho menor y servidor de todos, sólo busquemos la senda del último lugar para ser servidores de todos: en ese camino de minoridad encontraremos y viviremos la humildad y dulzura de quien es Camino, Vida y Verdad. Él es nuestra esperanza, la que no defrauda ni abandona.

Que el ejemplo de San Francisco y las marcas de Cristo en él sean en nosotros la fuerza y el ejemplo que nos empuje a salir de toda seguridad y a vivir en profundidad y verdad la confianza del Dios que por amor nos confió este don.

A Él sea toda alabanza, bendición y gloria, por mediación del Poverello de Asís.

Madrid, sede de la Curia provincial, 1 de octubre de 2024

Fdo.: Fray Joaquín Zurera Ribó, OFM
Ministro provincial