Pestaña

martes, 30 de enero de 2024

Testimonio de Hna. M.ª Teresa Pandelet osc para la JMVC

 
…desde el Claustro, ¡aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad!

 

 Quien sabe lo que es una búsqueda sincera de la voluntad de Dios sobre la propia vida podrá comprender el desasosiego que se siente al intuir que Dios formula una pregunta y espera una respuesta, que quiere algo determinado. La intuición de que Dios pide algo más se va afirmando día a día. Surge el deseo de saber qué quiere, y al mismo tiempo se teme la respuesta.

  Desorientada, con miedo y duda en el corazón, tomé el libro del Evangelio y pedí consejo a Cristo y, una vez escuchado, como Francisco: «Esto es lo que lo quiero, esto es lo que, en lo más íntimo del corazón, anhelo poner en práctica». Comprendí que el sentido de todas mis búsquedas solo encontraría sosiego en la obediencia al proyecto de Dios sobre mí. Respondiendo en libertad y sabiendo lo qué me jugaba pude decir: aquí estoy, cuenta conmigo.

 

 Siempre que tomo el sol, con las puertas de mi vida abiertas y el corazón desempañado, intuyo que hay vida, que hay luz y esperanza, más allá de los umbrales de la mediocridad cotidiana; y despierta en mí ganas de vivir horizontes nuevos, esperanza gozosa, ternura entrañable, convencida de que, a pesar de los crudos y largos inviernos, en el amanecer de todas las primaveras, irrumpe el deseo de lo nuevo, de lo eterno, resucitando de una tierra muerta.

 

 No es, ciertamente, tarea fácil dar testimonio de mi vida en unas breves páginas, lo haré a grandes rasgos, concentrando la mirada en lo más esencial, confiando en que eso no sea obstáculo para manifestar con claridad sus aspectos más sobresalientes, y lo haré no con erudición, sino con la fuerza y la pasión, y también con los límites de quien gasta su vida en vivirla.

 

 Francisco y Clara de Asís y la Comunidad de Clarisas de la ciudad de Ávila han orientado y marcado mi experiencia de seguimiento de Cristo y mi camino de contemplación, y desde estas experiencias concretas es desde donde sé y puedo hablar de la Vida Contemplativa clariana, y de su compromiso en la Iglesia y en el mundo.

 

Seguir a Jesús, seguir sus huellas, seguirlo más de cerca, ese es el objetivo, comprender que el Evangelio no es una ideología, sino una forma de vida que pide ser vivida en toda su radicalidad e inmediatez, «sin glosa», por ello es la meta de nuestra vocación cristiana, la meta de nuestra vocación contemplativa.

 

 Quienes nos dedicamos a una vida íntegramente contemplativa fundamos nuestra existencia no en una ideología, sino en la fe y en el amor a Cristo. No intentamos otra cosa que lo que todo cristiano intenta: vivir el Evangelio amando a Dios y siguiendo a Jesucristo. Así de explícito y simple: vivir el Evangelio optando por el Dios de la vida tal como se nos revela en Jesucristo. Si algo tenemos de profundamente válido es que queremos vivir en plenitud la vocación cristiana fundamental: afirmar la primacía de Dios y expresarla en la propia vida con la mayor nitidez que nos sea posible. Ese es el sentido de la vida contemplativa. No hay otro. No hay que buscarle más trasfondo ni más legitimaciones. Por tanto, nuestras vidas están vacías de finalidades, fuera de estar en un vacío sagrado en el que Dios pone su tienda y donde los hombres y mujeres pueden ver su gloria.

 

 Nuestra vocación, como la de Francisco y Clara, no es otra que seguir las huellas de nuestro Señor Jesucristo, recorrer el mismo camino que Cristo para llegar al Padre. «El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino, y nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero enamorado e imitador suyo, nos lo ha mostrado y enseñado de palabra y con el ejemplo».

 

 Nuestro conocimiento de Dios es, pues, fundamentalmente experiencial. Conocimiento de Dios que bebe en la Escritura, sobre todo del Evangelio, en la oración litúrgica y personal, lugar privilegiado de escucha de la Palabra de Dios, en los sacramentos, fundamentalmente en la eucaristía, en las enseñanzas recibidas de Francisco y Clara, bien sea a través de sus testimonios de vida o de sus escritos. Nuestra oración, en cualquiera de sus expresiones, no busca «saber de Dios» sino a Dios mismo. Esta tarea requiere silencio y reducción: Clausura.

 

 Abiertas a la realidad de cuanto vivimos, nuestra oración no es ajena a los dramas y crisis de nuestro tiempo, se convierte para nosotras en reconocimiento, súplica, admiración, gratitud, adoración y alabanza constante de la presencia de Dios en la creación y en la historia. Ser contemplativa nos obliga a vivir profundamente encarnadas en nuestro mundo. No pretendemos escapar de los dramas de la vida humana, sino vivirlos intensamente, participando del gozo y desesperanza de los hombres.

 

 El panorama que el mundo nos ofrece hoy exige que nuestra esperanza sea casi heroica. Por toda la tierra se abren heridas de violencia, de injusticia, de crueldad, que desembocan en guerras, terrorismo, atentados contra la vida y los derechos humanos más elementales. Con nuestra vida sobria y sencilla queremos que el hielo de la desilusión que oprime a muchos de nuestros contemporáneos se convierta en agua fecunda de esperanza. Desde la fe y el amor, desde la luz del evangelio que nos sostiene, seguimos apostando por el hombre. Seguimos creyendo que podemos ser capaces de cambiar las cosas.

 

 «El espejo» es un tema clave en la cultura de Clara de Asís, y también en nuestra cultura de la imagen, que constantemente nos invita a mirarnos en el espejo para comprobar que estamos bien, que nos mantenemos jóvenes, guapos, delgados... en forma. De esta imagen quiero servirme, hoy, llamadas a ser, como diría Clara de Asís, «espejos de Jesucristo» para los que viven en el mundo. De modo que, en nosotras, con nosotras, el mundo rememore el nombre personal de nuestra esperanza, el rostro vivo de aquel a quien amamos. Porque él es el único que puede devolvernos el equilibrio humano más allá de todas las alienaciones; el único que puede hacernos recuperar nuestra dignidad.

 

¿Qué podemos ofrecer?

 

 Creo que podemos ayudar a que nuestros contemporáneos desarrollen su propia humanidad. Y esto quiero expresarlo con realismo y con humildad; como testimonio y como esperanza.

 

 Hay muchas maneras de realizar la vocación humana; quienes se acercan a nosotras fácilmente perciben que nuestra forma de vida es una manera auténtica de estar en el mundo. Es una vida en la que optamos porque sea Dios quien dé sentido a cuanto nos toca vivir. Elegimos ser frente a poseer; preferimos la esperanza de lo que vamos a poseer, a retener lo que hemos conquistado.

 

 Elegimos trabajar y ganarnos el pan con esfuerzo y sudor, aunque preferimos, sin embargo, el descanso a la conquista. El sentido del trabajo es sencillamente la sustentación y no la acumulación, con lo cual experimentamos una libertad incluso sobre las obras de nuestras manos.

 

 Cuidamos y fomentamos la celebración, el ocio y la fiesta; por eso el Domingo es real y psicológicamente el Día del Señor, el día que centra y da sentido a toda la semana. Comprendo que quizá todo esto disuene en oídos y mentalidades saturadas de otras músicas más productivas y eficaces o que incluso no se perciba toda la importancia que tiene. La cultura que impone la globalización en nuestra sociedad está radicalmente orientada a la producción y al consumo, a la posesión, a la retención, a la afirmación por el tener…

 

 Es también evidente que estamos conociendo nuevas formas de despersonalización, como es la de quien huye de la soledad «navegando sin timón por la virtualidad del ciber-espacio». Se sustituye la relación directa por la relación anónima, virtual. Los próximos, los prójimos reales y cercanos, son reemplazados por los amigos virtuales. En este contexto, la vida contemplativa quiere ofrecer al mundo, entrañas de misericordia y explicitar ante los hombres y mujeres de hoy que de nada le valen sus posesiones, la angustia y el cansancio de la vida, que es preferible la solidaridad al egoísmo y el aislamiento, la libertad y el saber gozar de las cosas, y no el esclavizarse con ellas; que es mejor depositar una confianza absoluta en el Absoluto que llamamos Dios, a depositarla en las cosas que nos son inferiores y que por ello no podrán asegurarnos nada para siempre. Y esto lo mostramos de forma creíble porque implicamos en ello nuestra existencia. Esta palabra que pronunciamos con nuestra vida contemplativa, es una palabra sobria, simple, sencilla y confiada.

 En un mundo individualista, competitivo, que exige ser efectivo, productivo, nuestra vida fraterna en común hace creíble la bondad fundamental de todo hombre, independientemente de su raza, edad, cultura, porque el otro es, ante todo, un hermano. La fraternidad no nace de la carne ni de la voluntad humana (cf. Jn 1) sino de Dios. Supone dejar la familia carnal, consanguínea, para unirse a otra que no eliges, sino que te viene dada como don de Dios. Por eso mismo, pertenecemos a una comunidad, pero la fraternidad no nos pertenece. Es don del Espíritu Santo. No pertenecemos a ella ni por amistad, ni por ningún interés, ni siquiera religioso, sino solo porque hemos sido llamadas por Jesús. La vida fraterna no se reduce a vivir juntos ni se define simplemente como un proyecto común de vida, como un reglamento, sino que es un estilo evangélico de vivir el seguimiento de Jesús. Es una vocación. Llegamos a la comunidad por «divina inspiración», dice Clara en la Regla (RCl 4).

 

 En un mundo estresado, de éxito y eficacia, que exige ser siempre joven, sano, fuerte, y vive con frecuencia triste y angustiado, queremos ofrecer un estilo de vida alternativo. Sembrar sosiego, paz y bien. Contribuir, en la medida que nos posibilita la propia debilidad, a que los hombres recobren la esperanza haciendo el camino de Jesucristo, en pobreza y humildad, de modo que nadie tenga que sentirse inferior.

 

 Hoy día, una de nuestras mayores carencias es que nadie tenemos tiempo, capacidad o amor para oír a nadie. Todos quisiéramos, sin embargo, tener alguien que nos tomase tan radicalmente en serio y con tanta despreocupación de sí mismo que, ante él, pudiéramos sin rubor expresar todo aquello que sentimos, anhelamos o vivimos. Los conventos de vida contemplativa queremos compartir nuestra riqueza, el cultivo del silencio y del sosiego que nos embargan y que ofrecen un marco adecuado para, desde ellos, escuchar y comprender a los demás gratuitamente, sin pretensión alguna, ofreciendo tal vez, solo una palabra sencilla, un gesto afectuoso o simplemente nuestro espacio.

 

 Concluyo esta sencilla aportación con unas palabras de fray José Rodríguez Carballo dirigidas a un grupo de clarisas en Asís, cuando era Ministro General OFM: «Queridas hermanas y hermanos, no podemos contentarnos con narrar las obras de nuestros predecesores, no podemos contentarnos con hablar de Francisco y de Clara, sino que, inspirándonos en sus vidas, debemos cumplir en nuestro tiempo la parte que nos toca».

 Que tengamos la osadía de reapropiarnos de la espiritualidad que sostiene nuestra vida y que, de ahí, nazca la fuerza para proponer de nuevo a todos el «alma de Clara». Esa es nuestra más bella misión evangelizadora.

 

 Hna. M.ª Teresa Pandelet Grijalvo  

Monasterio de Hermanas Clarisas de Santa María de Jesús de Ávila