«A quien tanto ha soportado por nosotros, tantos bienes nos ha traído y nos ha de traer en el futuro, toda criatura del cielo, de la tierra, del mar y de los abismos, rinda alabanza, gloria, honor y bendición; porque Él es nuestra fuerza y fortaleza, el solo Bueno, el solo Altísimo, el solo Omnipotente, admirable, glorioso, y el solo Santo, laudable y bendito por los infinitos siglos de los siglos. Amén» (2CtaF 61-62)
A los hermanos de la Provincia, a las hermanas contemplativas, a los hermanos y hermanas de la OFS, de los movimientos juveniles franciscanos, de las hermandades y cofradías asociadas a nuestra Provincia
Descubrir la centralidad de Dios hace posible un proyecto de vida que ponga su enfoque en el querer de Dios. Ciertamente, hay muchos reclamos a nuestro alrededor y fácilmente pueden desviar nuestra atención y llevarnos por sendas totalmente contrarias al Evangelio. De ahí la importancia de saber descubrir en Dios la razón de nuestra vida y el porqué de nuestra entrega, asumiendo fragilidades y debilidades y entregándose con total docilidad y disponibilidad a quien nos llamó y por nosotros se entregó.
Esta experiencia de Francisco de Asís da sentido a su vivir y acompañó todo su camino. Podemos buscar centrar los focos en todo aquello que nos llame la atención, pero entonces podríamos reducir su seguimiento a aquello que particularmente más nos conviene y que pueda justificar nuestras respuestas. Pero toda la vida de Francisco de Asís parte de esa experiencia honda de descubrir al Dios de quien dimana todo y que da sentido a la existencia. Sólo desde Él tiene sentido nuestra vida y sólo por Él la vamos gastando, no aferrados a lo temporal y terreno, sino con el deseo ardiente de hacer realidad el deseo de quien nos ha llamado a la vida de los bienaventurados y nos ha concedido este carisma para bien de la Iglesia y de la humanidad.
Y, sin embargo, ¡cuánto nos cuesta vivir esta entrega! El apego a los bienes, la esclavitud de las redes sociales, la adicción a lo que degenera a la persona, la debilidad que engendra relaciones de dependencia y determinados complejos, junto con la amenaza exterior de quienes buscan, desde la fuerza y el poder, imponerse y dominar sobre los otros, brotando multitud de signos de violencia en nuestro entorno, puede hacernos dudar y titubear a la hora de tomar en serio la consagración que un día hicimos y el proyecto que Francisco de Asís nos ha brindado.
Por eso, hoy nos viene bien volver de nuevo a la fuente, caer en la cuenta de Aquel que todo lo soportó por amor e hizo de su vida una ofrenda agradable a Dios y para salvación de la humanidad (cf. 1Pe 2,21b-24). Descubrir la bondad que emana del corazón compasivo de Dios; encontrar en Jesús la fuerza y fortaleza que desconcierta a los violentos y poderosos porque se hace humildad y servicio; reconocer al Altísimo que, abajado, hace de sí una entrega amorosa; optar por el solo Santo quienes vamos cargados de nuestra flaqueza y vulnerabilidad, todo ello es oportunidad para empezar de nuevo —lo que San Francisco nos decía (cf. 1 Cel 103)— y vivir más en la clave del don: regalo es este proyecto, regalo son los hermanos, regalo es la humanidad con la que compartimos nuestra existencia, regalo es la hermana madre tierra en la que vivimos y a la que somos llamados a cuidar y servir con la misma pasión con la que Cristo la amó.
Una gracia concedida por Dios a Francisco fue la de unir la humildad y la pobreza, el despojo de sí y el despojo de las cosas (así nos lo enseña fray Pedro Ruiz Verdú al reflexionar sobre la oración colecta de la solemnidad de nuestro padre), y aquí es donde se encuentra la posibilidad de centrar todo en Jesús, para que, de nuestro corazón, a través de manos, pies y labios broten la bondad, el amor y la paz que son dones de Dios que el mundo espera y anhela.
No pierdas de vista el centro de tu vida y así arderá en ti la pasión por buscarlo y hacerlo visible en todo: «En las cosas bellas contemplaba Francisco al que es sumamente hermoso y mediante las huellas impresas en las criaturas buscaba por doquier a su Amado» (San Buenaventura, LM 9,1).
Que el Dios Trino y Uno nos bendiga y aliente nuestros pasos, y que María Inmaculada, nuestra patrona, nos abra a Dios y nos muestre cómo decir el ‘hágase’ a Su Voluntad.
Prot. N. º: 119 / 2022