Pestaña

miércoles, 10 de junio de 2020

Retiros de Fraternidad: Junio


Con el corazón y la mente vueltos al Señor
Seguir a Jesús en el Tiempo Ordinario de una “nueva normalidad”

Cuando el pasado 24 febrero cerrábamos la primera parte del Tiempo Ordinario de la Liturgia, para introducirnos con el Miércoles de Ceniza en el Tiempo de Cuaresma, que como si se tratase de unos ejercicios espirituales de cuarenta días, nos iba a preparar a la gozosa solemnidad de la Pascua, ninguno de nosotros imaginaba hasta qué punto esta Cuaresma y esta Pascua iban a ser tan desconcertantemente distintas a las que, quizá de manera más o menos monótona o rutinaria, hemos celebrado a lo largo de nuestra vida.

Parece ser fue el 17 de noviembre de 2019 cuando se produjo en la provincia china de Hubei el primer fallecimiento a causa del COVID-19; a partir de ese día, como si de una neblina otoñal se tratase, nos fue abrazando –primero lentamente, luego en torrentera- el sucederse de noticias sobre lo que ocurría en el Gigante asiático, de modo muy particular en la ya tristemente célebre ciudad de Wuhan; hasta llegar a conocer la –para nosotros entonces todavía desconcertante– novedad de que millones de personas estaban confinadas en sus casas. Pero, ¡China queda tan lejos!
Fue no mucho tiempo después, el 31 de enero de este “annus horribilis” de 2020, cuando los medios de comunicación nos daban cuenta de los primeros dos casos en Italia, informando sobre dos turistas chinos que en Roma dieron positivo en la enfermedad por coronavirus. Una semana después, un hombre italiano repatriado de regreso a Italia desde la ciudad de Wuhan, fue hospitalizado y se confirmó que era el tercer caso de COVID- 19 en Italia. Posteriormente se detectó un grupo de 16 casos confirmados en Lombardía el 21 de febrero, y 60 casos más el 22 de febrero; supimos también, ese mismo día, de las primeras muertes en Italia. A principios de marzo, la epidemia golpeaba ya brutalmente Italia. Pero, ¡todo parecía seguir sucediendo demasiado lejos!
En los bares de España, todavía llenos a primeros de marzo, se hacían bromas sobre lo que significaba poner en cuarentena a millones de personas, que es lo que hizo el Gobierno italiano el 8 de marzo en Lombardía y otras catorce provincias del Norte de Italia, extendiéndola el día siguiente a los sesenta millones de italianos. El día 11 se prohibieron allí todas las actividades comerciales a excepción de las farmacias y los supermercados. ¡Demasiado lejos todavía!
Aunque en España el primer caso registrado se conoció el 31 de enero (un paciente alemán ingresado en la isla de La Gomera) y nueve días más tarde se detectó un segundo caso en La Palma, la “cosa” seguía siendo un problema de “otros”; ¡total, sucede en las Islas!. Pero el 24 de febrero se detectaron los primeros casos en la Península (Comunidad de Madrid, Cataluña y Comunidad Valenciana y ¡esto ya nos pillaba a todos muy de cerca!
A partir ese momento todo se precipitó; el sábado 14 de marzo el Gobierno decretó el “estado de alarma”, varias veces renovado en estos dos meses, y cuando miramos hacia todo lo sucedido desde ese día, nos parece entrar en el decorado y estar inmersos en el guion –pero demasiado reales ambos– de una película de ciencia ficción: Todo el país confinado en sus hogares, las calles vacías, la actividad industrial y comercial paralizada, las iglesias cerradas y el culto público suspendido en la inmensa mayoría de las diócesis…
Y hemos vivido una Cuaresma, una Semana Santa y la práctica totalidad del Tiempo de Pascua con la extraña sensación de vivir algo irreal; y ahora, abriendo el “Calendario Litúrgico Franciscano para España” por su página 156, al cerrar la información sobre el Domingo de Pentecostés, leemos: “Termina el Tiempo Pascual y se reanuda el Tiempo Ordinario”
Sí, reanudamos en la Iglesia un tiempo Ordinario” que va ser, seguramente, el menos “ordinario” de todos los que acumulamos en nuestra memoria personal y colectiva. Entramos en lo que terminológicamente ya se ha impuesto entre nosotros como una “nueva normalidad”. Y los cristianos, también quienes vivimos nuestra realidad de bautizados al franciscano modo, nos sentimos llamados a seguir recorriendo con Jesús la senda del discipulado por esta “normalidad tan poco normal”.
No podemos, es verdad, cerrar los ojos a todo lo vivido a lo largo de esta Cuaresma y esta Pascua; son muchas las heridas abiertas y, no pocas de ellas, todavía sangrantes; pero no podemos quedarnos como la mujer de Lot mirando hacia el pasado, ni tampoco lamiéndonos lastimosamente las llagas que nos ha dejado la pandemia. ¡Es momento de ponerse en camino!
Mirar hacia atrás, sí, pero con la intención, sobre todo, de volver a ver los innumerables testimonios esperanzadores de hombres y mujeres que han sabido dar vida donde parecía florecer sólo la muerte. “Solo deseo –dice José Luis Pinilla SJ. Director de la Comisión Episcopal de Migraciones– que eso se prolongue en el tiempo y que aprendamos a descubrir señales de resurrección que nos despierten de creer que ya estaba todo hecho…: se ha procurado techo y comida a un elevado número de personas sin hogar, se han regenerado redes de apoyo vecinal mutuo, ha habido confinamientos voluntarios con inmigrantes y con ancianos en sus residencias, acompañamiento en el duelo (¡qué importante es llorar juntos!), consultorios jurídicos y psicológicos, campañas de recogidas de fondos, manifiestos contra el racismo…”.
Han sido muchos los testimonios generadores de vida que hemos visto y realizado también muchos de nosotros a lo largo de esta dura experiencia de alarma y “anormalidad”. Sería terrible si todo terminase una vez nos hayamos acostumbrado a la “nueva normalidad” y la pandemia del coronavirus pase a ser uno más de los muchos recuerdos que se agolpan en nuestra memoria. Sería terrible que todo lo bueno sembrado en este tiempo de dolor no llegase a germinar y quedase sólo en el impulso arrebatado ante un drama lacerante o la respuesta fugaz a una pandemia que, una vez superada en su emergencia más cruda, nos permite entrar de nuevo en una “rutinaria normalidad”.
Me impresiona –dice el cardenal Juan José Omella–, cómo ha aparecido el valor del servicio y entrega en los médicos, enfermeros, personal de los hospitales, cuerpos de seguridad, bomberos, voluntarios, etc., hasta el punto incluso de dar la vida. Ha brotado el valor de la solidaridad en personas, empresas, conventos, familias, haciendo mascarillas, trajes, respiradores… gente entregando parte de su sueldo para vencer la pandemia y cuidar a los más desfavorecidos. No podemos dejar de agradecer la labor de sacerdotes, religiosos, cuidadores de personas mayores, gente anónima dedicada a consolar, a ayudar a los que sufren, a dar materiales de trabajo a niños y jóvenes. ¡Cuánta generosidad! ¡Cuánto amor verdadero, gratuito, desinteresado! Brotes verdes que anuncian una nueva primavera”.
En su meditación “Un plan para resucitar” el papa Francisco nos invita a saber ver más allá de lo que contemplamos con los ojos de la cara; nos pide seamos capaces de descubrir esos brotes verdes que está naciendo, pero que necesitan de nosotros para poder crecer y desarrollarse. La pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto actitudes y valores profundamente evangélicos que no pueden ser flor de un día.
El Papa –sigue diciendo el cardenal Omella–, nos invita a no considerar a los otros como enemigos, sino como hermanos. Y para crecer en fraternidad, para vencer la pandemia y los otros males que vendrán tras ella, será necesario trabajar todos juntos: Gobierno, partidos políticos, sociedad, instituciones civiles y religiosas, empresarios, asociaciones… sólo unidos venceremos el COVID-19 y otras pandemias como el hambre, la exclusión, el desprecio de la vida las guerras”.
El pasado 9 de abril, Gabriel Rufián, portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña en el Congreso de los Diputados, pronunció, en este sentido, unas palabras llenas de sentido; en ellas hizo hincapié en que la característica de la crisis sanitaria y social, provocada por el coronavirus no es el quién o el cuánto, sino el dónde: “Esta no es la mayor pandemia y crisis sanitaria, humanitaria y económica que haya habido nunca, no lo es, ni tan siquiera es la mayor pandemia y crisis sanitaria, humanitaria y económica a la que se haya enfrentado nuestro tiempo o nuestra generación... Esta es la mayor pandemia y crisis sanitaria, humanitaria y económica a la que se ha enfrentado nuestra latitud, nuestro entorno… No se puede decir que esta pandemia y crisis, humanitaria y económica es algo inédito o una guerra mientras se tiene aire acondicionado para el verano, calefacción para el invierno, la nevera llena y Twitter, Glovo o Netflix para no aburrirse…”. Según él, la naturaleza de nuestro desasosiego responde sólo a que “aquello que creíamos que solo pasaba más de allá de las concertinas está aquí; aquello que creíamos que solo pasaba en una tienda de campaña embarrada en mitad de la nada está aquí; aquello que creíamos que solo pasaba en una patera está aquí”.
Y es verdad. Antes de esta pandemia ha habido otras muchas, pero no afectaban a nuestro mundo occidental desarrollado. Ahora enfermamos y morimos nosotros y esto le da unas dimensiones nunca vistas. Necesitamos entrar en nosotros mismos y redescubrirnos parte de una humanidad nacida  בוֹט וֹאמְ -“tov meod”- (muy bien) de las manos del Creador; un Dios y Padre que nunca va a abandonar una obra realizada con tanto amor; como dice el papa Francisco: “Dios jamás abandona a su pueblo, está junto a él cuando el dolor se hace más presente”.
Los cristianos formamos por el bautismo el nuevo Pueblo de Dios; pero junto con toda la humanidad, más allá de fronteras, razas y lenguas, formamos un solo pueblo, una única fraternidad, y todos tenemos que trabajar incansablemente por fomentar aquello que afianza los lazos de una mutua comunión. En su meditación pascual “Un plan para resucitar” el papa Francisco lo dice con meridiana claridad: “La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una civilización de la esperanza contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos”.
Por eso no podemos caer en el desaliento. El papa Francisco nos insiste en su meditación pascual en que nada de todo lo bueno sembrado a lo largo de estos meses de confinamiento se va a perder, dice que “basta con abrir una rendija para que la Unción que el Señor nos quiere regalar se expanda con una fuerza imparable y nos permita contemplar la realidad doliente con una mirada renovadora”.
Es precisamente esta imagen de “abrir una rendija” la que sirve de punto de partida a la biblista Dolores Aleixandre para ofrecer una sencilla y profunda aportación en la revista Vida Nueva (3.174), que me permito incorporar a este retiro:
«Estoy segura de que al novicio Jorge Mario Bergoglio le leyeron en su tiempo de formación el Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas, del P. Alonso Rodríguez SJ, un clásico en los noviciados preconciliares. A lo largo de densos capítulos y lenguaje del s. XVI, cada virtud era encomiada con enjundia y pesantez, pero al final aparecía esta frase para alivio de los oyentes: “Donde se confirma lo dicho con algunos ejemplos”. A veces nos hacían reír por lo inauditos y otras nos daban que pensar por su oportunidad e ingenio.
Algo así me ha pasado con la frase “Basta con abrir una rendija” de la meditación Un plan para resucitar de Francisco –publicado en Vida Nueva– que, por sí sola, tiene más densidad espiritual que cualquier capítulo del P. Rodríguez. Creo que la rendija se lo debe a estar emparentada con la mostaza, la levadura, la sal o el candil: si ella consigue que lo hermético se abra y lo impenetrable se vuelva transitable, es que posee esa misma secreta energía de transformación que empuja a crecer, levantar una masa, condimentar un alimento o iluminar la oscuridad.
Afirmar que “basta abrir una rendija”, supone también participar de la terca confianza de Jesús en el poder de lo pequeño frente a lo grandioso, de lo callado frente al griterío, de la mansedumbre frente a la dominación. Y ya tenemos melodía para irla silbando mientras caminamos hacia el Plan para resucitar de Francisco.
Ahora vienen los ejemplos para confirmar lo dicho y no hay que irse muy lejos porque, para experto en abrir rendijas, el propio Jesús:
• A Nicodemo, que protegía bajo luna blindada su suficiencia erudita, le preguntó con nocturnidad y alevosía: “Nicodemo, ¿te imaginas naciendo de nuevo sin recordar tus viejos saberes?”. Y le provocó una fisura en su cristal.
• Con Pedro aprovechó su deseo de destacar y le nombró piedra importante de su reino; después le puso en las manos la toalla y la jofaina y le dijo: “Ser el primero consiste en esto, colega”.
• A la samaritana le descubrió las grietas de su cántaro y, cuando ella se decidió a soltar aquel lastre, la lanzó a volar como una cometa libre por encima de templos y santuarios.
En su encuentro con la cananea, fue él quien dejó abierta una rendija para los “perritos” y ella aprovechó (“el genio de las mujeres”), para colarse por ella y ensancharla. Y para cuando él quiso reaccionar, ya habíamos entrado en tropel los gentiles y no quedaba ni rastro de sus argumentos algo ultras del principio.
Conclusión: lo de “abrir rendijas” funciona. Debe ser por la infalibilidad pontificia».
- Compartir en la fraternidad las sensaciones que afloran en mi interior al pensar en lo vivido durante estos meses de pandemia
- ¿Estoy dispuesto a echar una mano y trabajar junto a otras personas – también los “que no son de los nuestros”– por ir construyendo un mundo más humano, libre, solidario y justo, más respetuoso de la persona y abierto a Dios?
- ¿Estoy dispuesto a cambiar mi modo de vida en aquello que sumerge a tantos en la pobreza, promoviendo y animándome a llevar en lo cotidiano una vida más austera que posibilite un reparto equitativo de los recursos?
- ¿Estoy dispuesto a optar por una vida menos estresada, más contemplativa, más capaz de escuchar y de relacionarme con los demás, empezando por los hermanos de mi fraternidad?


 Provincia de la Inmaculada ofm