Pestaña

sábado, 7 de diciembre de 2019

Carta en la Solemnidad de la Inmaculada. Ministro Provincial

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Fray Juan Carlos Moya Ovejero. o.f.m.
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la BVM,
Titular de la Provincia


A los hermanos de la Provincia,
A las hermanas contemplativas OSC, OIC y TOR,
A los hermanos y hermanas de la OFS


Queridos hermanos y hermanas: paz y bien.
La solemnidad de la Virgen María, Inmaculada en su Concepción, nos impulsa a dar gracias a Dios por semejante patronazgo para la Orden y la Provincia. Ella representa en este tiempo de Adviento a aquella que, apoyada en la esperanza, creyó contra toda esperanza (Rm 4,18). A quien los cielos no podían contener (cf. 1R 8,27; Is 66,1), Dios Padre le buscó una morada donde habitar, el seno de una virgen pobre.
Desde entonces, ella encarna el ser más genuino de la Iglesia: convertirse en portadora de Cristo, el Hijo de Dios. Y no solo portarlo como persona que asiente al querer divino, sino amarlo y seguirlo desde el designio de un destino de eternidad.
 Jesucristo nos dice que el Reino de Dios se ha hecho presente en medio de nosotros (cf. Lc 17,21) y que Dios y el Hijo moran en aquel que vive del amor (cf. Jn 14,23). En el mismo sentido se pronuncia Santa Clara cuando afirma que, por la gracia de Dios, la más noble de sus criaturas, el alma del hombre fiel, es mayor que el cielo, porque no pueden contener a su creador, y, sin embargo, el alma fiel sola es su morada y su sede, y esto solo por la caridad (3CtaCl 21-22). San Francisco, por su parte, escribe que somos madres de Jesucristo cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo, por el amor y por una conciencia pura y sincera, y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben ser luz para los demás por el ejemplo (2CtaF 53).
 La maternidad y el discipulado son genuinos en María pero no exclusivos. Ella es modelo de apertura a la acción de Dios. El designio de Dios unido al asentimiento de María hace de su maternidad y discipulado una vida fecunda al servicio del Reino. Nosotros participamos de esa fecundidad de María. No en vano, nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo (1 Cor 6,19).
La inhabitación de Dios en nosotros hace que vivamos en esperanza teologal. Esta se distingue de otros tipos de esperanza en cuanto que está enraizada en Dios mismo. No estamos hablando de optimismo, ni de utopía, ni de ilusión, sino de la gracia de Dios. Junto a esta afirmación, otras muchas se pronunciaron en la última Asamblea general de CONFER, cuyo hilo conductor fe la esperanza. Mantenernos firmes en ausencia de señales, vivir desnudos de certezas y seguridades, asumir con paz la opacidad de Dios… nos permite volver a la gracia de nuestro fundador con creatividad: tener fe en lo imposible.
 Así lo vemos en María: el anuncio del ángel como la contemplación del Hijo en la cruz nos hablan de la confianza que generó en su persona la palabra pronunciada por ambos. Tanto el Arcángel como su Hijo aseguraron que Dios tiene la última palabra sobre todo lo creado. Por ello, esos dos iconos nos ayudan a vivir en esperanza. Lo que se nos pide es claro: ser pobres y estar a los pies de los pobres. Este es el camino que nos permite dejar espacio a Dios en nosotros para que nos habite y así vivamos de su presencia amorosa. Todo ello, lejos de replegarnos en nosotros mismos, nos abre decidida e inmediatamente a los demás, de manera particular a los más débiles, pues, como nos dice el papa Francisco, en Exultate et gaudete: «No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio» (núm. 26).
 La Vida Consagrada está pasando por una fase de reducción numérica. Esta es propicia para volver a lo esencial, a Dios y a la misión entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo, se nos insistía una y otra vez en la citada Asamblea. Se nos recordaba, además, que la incertidumbre nos abre bien al miedo, bien a la esperanza. Si nos acogemos a esta última, podremos vivir con serenidad, porque no centraremos la vida en nuestros éxitos, sino en asumir como gracia lo que Dios nos da cada día. No podemos llorar por un pasado que no volverá, sino que hemos de mirar adelante como María lo hizo cuando tenía delante de sí a su Hijo crucificado. Ella tenía la certeza de que Dios no abandona nunca al pobre.
 Esta esperanza guía nuestros pasos para seguir sirviendo a las familias y a los jóvenes en comunión con toda la Iglesia. El papa Francisco recuerda que «los matrimonios cristianos pintan el gris del espacio público llenándolo del color de la fraternidad, de la sensibilidad social, de la defensa de los frágiles, de la fe luminosa, de la esperanza activa» (Amoris laetitia, núm. 184). A los jóvenes les dice en la exhortación apostólica Christus vivit: «Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza» (núm. 2), y cuando habla de María les recuerda que «ella es la gran custodia de la esperanza […]. De ella aprendemos a decir “sí” en la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar» (núm. 45).
 La Concepción Inmaculada de María nos lleve a celebrarla como abogada de gracia y ejemplo de santidad. Seamos dignos receptores de la múltiple gracia de Dios por su intercesión para vivir en plenitud y dar plenitud a nuestro mundo.
Recemos desde ahora mismo para que este encuentro sea acontecimiento de gracia, renovación y proyección de futuro.
 
Recibid un abrazo fraterno.

Madrid, a 29 de noviembre de 2019

Fdo.: FRAY JUAN CARLOS MOYA OVEJERO, OFM
Ministro provincial