Pestaña

martes, 6 de agosto de 2019

Carta Ministro General. Fiesta de Santa Clara

Diálogo: un atributo de Dios,
una virtud de todo ser humano

Fr. Michael A. Perry o.f.m
 

 Queridas hermanas,
¡El Señor les dé Paz!
Año tras año la celebración litúrgica de nuestra hermana y madre Clara de Asís nos ofrece la oportunidad de continuar nuestro diálogo, ampliando y profundizando sus contenidos. La carta que les escribo quiere ser un momento de diálogo fraterno con ustedes, interlocutoras activas. Sabiendo cuán preciosas son para mí y para todas ustedes, queridas hermanas, sus reflexiones, sus propuestas y sus estímulos que nos ayudan a centrarnos y a enfocarnos en lo esencial de la llamada de Dios en la Iglesia.

Dado que este es el año en que la Orden franciscana conmemora la reunión entre san Francisco y al-Malik al Kamil, me gustaría hablarles sobre el diálogo. En todas partes del mundo están floreciendo iniciativas para promover el diálogo entre quienes creen en Dios, y en particular con los musulmanes. El reino de Dios se manifiesta allí donde se da espacio al otro diferente de mí mismo, con acogedor respeto.

Tú eres diálogo
El diálogo se relaciona con el modo de ser de Dios porque Dios es comunión. En el símbolo de nuestra fe profesamos: Creo en Dios Padre. Dios es Padre, hay un Hijo, y hay por tanto una relación entre ellos, una relación absoluta y totalizante que es en sí misma Persona: Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
A principios de 2019, dirigí una carta a la Familia Franciscana ya nuestros hermanos y hermanas musulmanes, en la que escribí sobre las Alabanzas al Dios Altísimo que Francisco compuso en La Verna después de haber recibido los estigmas. En particular reflexioné sobre dos de las alabanzas: Tú eres humildad, Tú eres paciencia. Quisiera ahora añadir: Tú eres diálogo. Sí, porque desde el eterno principio las tres Personas divinas son vida que se comunican constantemente al Otro-distinto-de-sí mismo, vida que genera y acoge la vida. Este modo de existir, que fecunda y hace fecundos, lo llamamos amor, porque el que ama busca al otro y se dona a fin de que el otro pueda vivir en plenitud.
En su misterio de amor, de vida, de comunión, Dios quiso involucrarnos también a nosotros, escogiéndonos como hijos adoptivos para que fuéramos alabanza de Su gloria (cf.Ef1, 3-14). ¡Cuánta gracia! Como el Hijo desde el principio se ha dirigido al Padre, así el Padre por medio de su Hijo dirige su Palabra a toda la creación (cf. Jn1, 1-3): “porque Él lo mandó, y fueron creados” (Sal148, 5). En el diálogo entre Dios y el hombre, la iniciativa es siempre de Dios. La palabra divina es una palabra que viene al encuentro (cf. Jer 15,16).
Por la imagen que ha recibido y por la semejanza para cuya realización está llamado a cooperar con Dios (cf. Adm V, 1), el ser humano creado varón y mujer también está en posición de estar orientado hacia el otro: un Otro que es el mismo Creador, otro que es la mujer y el varón respectivamente (cf. Gén 1,27). La narración de Gén 2 expresa bien esta verdad: el hombre reconoce el sentido de su propia existencia solamente cuando se comunica con el “tú” que es semejante a él, que está frente a él, que lo constituye en la plenitud de la imagen de Dios. El hombre y la mujer, por tanto, no son mónadas aisladas, cerradas en sí mismas, sino personas-en-diálogo.

La Palabra se hace carne
Sabemos bien – ¿quién no lo ha hecho y quién no lo ha experimentado? – que el pecado se sitúa precisamente aquí: en el bloquear el flujo de la comunicación vital y en el encerrar a cada uno en un mundo falso y asfixiante. El autor bíblico narra eficazmente esta realidad informando las reacciones de Adán y Eva después del acto de desobediencia: ya no es un diálogo fecundo, sino mortales acusaciones recíprocas. La comunión entre personas humanas, imagen de la que hay entre las Personas Divinas, ¡se vuelve convivencia entre potenciales enemigos!
En la plenitud del tiempo, la Palabra misma de Dios se hace carne en este mundo herido y dividido (cf. Jn 1, 14) y allí permanece con un amor que nunca deja de donarse en el sacramento de Su Cuerpo. De esta Palabra nosotros nos alimentamos para aprender de nuevo a hablar el lenguaje de Dios que es la comunión.
Somos hoy un pueblo mundial, que está viviendo la trágica experiencia del conflicto y el aislamiento, de múltiples contactos y al mismo tiempo de la dificultad de comunicarse verdaderamente. ¿Podemos acaso decir que conocemos verdaderamente el alfabeto del auténtico diálogo?
Este es precisamente el tiempo favorable para darle consistencia a nuestra vocación ‘dialogal’, la misma del autor de la primera carta de Juan:«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; – pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y les anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos manifestó -lo que hemos visto y oído se los anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1,1-3).
Quisiera detenerme sobre parte del contenido de este texto.

Comunión con el Verbo de la vita
El primer paso para dialogar es acoger el don, porque no voy al encuentro del otro llevándome a mí mismo, sino llevando lo que a mi vez he recibido (cf. 1Cor 11,23): la mirada que me ha abierto el horizonte a la vida verdadera y la palabra que ha dado orientación a mi camino (cf. Sal 118,105). Francisco conquistó a Clara para aquel Señor por quien primero había sido conquistado. Clara exhorta a las hermanas a amar “en el amor de Cristo” de quien se han reconocido amadas.
De modo que la cualidad y la capacidad de dialogar se han de buscar en la verdadera relación con el Señor. Clara lo hace ver de una manera muy fuerte: «contempla la inefable caridad con la que quiso padecer en el leño de la cruz y morir en él de la más infame. Por eso, el mismo espejo, colocado sobre el árbol de la cruz, amonestaba a los que pasaban sobre lo que allí habían de considerar, diciendo: ¡Oh ustedes, todos los que pasan por el camino, miren y vean si hay un dolor como mi dolor! Respondemos con una sola voz, con un solo espíritu, al quien clama y gime: ¡Lo tendré siempre en mi memoria, y mi alma se derretirá dentro de mí!» (IV CtaIn 23-26).
Cimentado sobre la roca de la relación viva con el Señor Jesús contemplado en el momento del don total de sí, el diálogo puede resistir el soplo de los vientos de la incomprensión, de la decepción e incluso del sentimiento de que ‘no vale la pena’ … Porque el permanecer abiertos al diálogo puede ser crucificante.
Me impresiona el hecho de que Clara escribiendo a Inés en primera persona, responde a la invitación del Crucificado con la forma plural “respondamos”, y exhorta a hacerlo “con una sola voz, con un solo espíritu”. Me agrada percibir en esto el carácter comunitario-comunional de la vida de ustedes, como Hermanas Pobres, el dinamismo pascual de la vida cotidiano en que se armonizan las diversidades, y ustedes pueden llegar a la sintonía en el sentir, en el querer y en el actuar.
Contemplando juntas al Crucificado, cuyo amor las mantiene unidas, el oído interior se vuelve atento a la voz de su llamada, y allí descubren que esa llamada es a crecer juntas en la compasión. En esto reconozco un fruto del Espíritu, expresión madura del diálogo con el Señor y entre ustedes, diálogo continuado con fidelidad a través de y más allá de cualquier tentación y de cualquier intento de cerrarse a la otra o de invadir a la otra. El diálogo es encuentro de rostros vivos.

«Nosotros lo anunciamos también a ustedes para que también ustedes estén en comunión con nosotros»
Quien dialoga busca al otro para participar juntos de la belleza y de la riqueza de la vida, tiende a reducir las distancias para celebrar el encuentro siempre transformante. Cuando se dialoga no se permanece como se es: salen a la luz áreas interiores de nosotros mismos que habían permanecido en las sombras hasta entonces, ignoradas por nosotros mismos. Quien dialoga crece en el conocimiento de sí mismo incluso antes de conocer al otro, acoge su propia unicidad y la ofrece sin ninguna pretensión. Nada más contrario al diálogo que el espíritu de prepotencia o de desquite. Nada más propicio que la pequeñez que no atemoriza, la simplicidad que no engaña, la pureza que libera de la sospecha de ambigüedad y de subterfugios. El diálogo no instrumentaliza al otro.
Clara y las hermanas, que en su existencia diaria recorren los atolladeros y caminos estrechos de la discordia y de la división, de la envidia y de la murmuración, abren con el perdón, la reconciliación, la intercesión, los espacios de acogida y de la comunión (cf. RCl X, 6; IX, 7-11).
Las cartas escritas a Inés de Praga son testimonio de cuán disponible y pronta era Clara para entrar en diálogo con el otro, y cuán convencida estaba de que en el intercambio fraterno se puede comprender mejor lo que agrada a Dios y adherirse a él. Clara escucha las preguntas de Inés y se las responde (cf. III CtaIn 29-41); invita a la hermana lejana a buscar a su vez el diálogo con quien pueda iluminarla según la verdad de la vocación que ha recibido (cf. II CtaIn 15-18), a fin de poder recorrer con seguridad la vía de los mandamientos del Señor (cf. II CtaIn15).
Clara sabe traducir su ‘habitar’ en la comunión trinitaria también en el diálogo de los gestos: pide que le den un huevo a la hermana que tuvo la tentación de sofocarse; besar el pie con que había sido golpeada en el rostro, cubrir a las hermanas dormidas en el frío nocturno, trazar la señal de la cruz sobre sus cuerpos dolientes … El camino del diálogo conduce a abrazar al otro.

El diálogo en nuestra historia
Al comienzo de la historia carismática de nuestra Familia Franciscana se dieron dos diálogos memorables: el diálogo entre el Señor y Francisco en la noche de Espoleto (cf. 1Cel6) y que luego se prolongó en una gruta cerca de Asís (cf. 1Cel6), y el diálogo entre el Crucifijo y Francisco en la iglesia de San Damián (cf.2Cel10). Los diálogos recurrentes entre Francisco y la joven Clara, son sin duda, puntos decisivos en esta historia (LCl3).
¿Y cómo podemos entonces no pensar que todos nosotros ‘nacimos’ en la Porciúncula, en Santa María de los Ángeles? en cuya fiesta volvemos a que escuchar el diálogo entre el ángel y María, diálogo que marcó el momento en que el Señor «se dio a sí mismo para salvarnos» (LP14).
Todo me lleva, junto con los hermanos, a renovar nuestro deseo y nuestro compromiso de convertir nuestras vidas en “lugares” de encuentro con la Palabra de Dios y también con las palabras pronunciadas por los seres humanos.
Y, señoras mías, les ruego que sigan siendo mujeres de diálogo, en el nombre del Señor.

Roma, 25 de julio de 2019                                               Descargar PDF
Fiesta de Santo Santiago

Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro general y siervo
Prot. 109202