Un canto a la RECONCILIACIÓN
Premisa
Queridos hermanos y hermanas de la Familia Franciscana en el mundo,
¡Que el Señor les dé la paz!
Con esta carta deseamos compartir con ustedes la alegría del VIII Centenario del Cántico de las Criaturas, una fecha que no podemos ignorar. Este aniversario se enmarca plenamente en la secuencia de centenarios que conforman el único Centenario Franciscano, desde Fonte Colombo hasta Greccio, Alvernia, San Damián y, finalmente, Santa María de los Ángeles.
Entre el dolor y el amor de Alvernia –donde Francisco recibió los estigmas–, y el encuentro con la “hermana Muerte”, encontramos este cántico de alabanza y reconciliación que resume la visión de Francisco sobre Dios y el mundo, sobre las criaturas y los seres humanos, sobre sí mismo y sobre el Altísimo. El Cántico es una síntesis del modo en que Francisco veía la realidad, ¡y juntos queremos seguir cantándolo con alegría de espíritu!
En 2025, Año Santo y Año del Cántico de las Criaturas, deseamos redescubrir juntos la profundidad de esta oración que ha atravesado los siglos y que aún hoy habla al corazón de la humanidad y de la Iglesia. El Cántico, compuesto gradualmente por Francisco entre 1225 y 1226, no es solo un texto poético, sino el testimonio de una visión completa de Dios Creador, de la creación, de la fraternidad universal y de la ecología integral, temas que el Papa Francisco retomó con fuerza en su encíclica Laudato si’.
A. En el camino de la Iglesia
Himno de júbilo
¿Qué alabanza puede existir sin canto? ¿Y qué canto puede existir sin un sonido que lo acompañe? “Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas”[1]. El Cántico del Juglar de Dios es música, quizás incluso antes que palabras, porque Francisco quería que a través del canto se anunciase el perdón y la paz a los poderes en conflicto. Esto es lo que ocurrió posteriormente con el movimiento de los “paceri”, también llamado movimiento del Aleluya. El Cántico pertenece al género de los laudes medievales y es, ante todo, una alabanza. No fue creado para ser leído en silencio, sino para ser declamado en el canto. El Jubileo también comienza con un sonido: el del shofar, el cuerno de carnero que, si está íntegro y debidamente preparado, se convierte en el Yobel, la trompeta del jubileo. ¿Qué liturgia puede existir sin música? ¿Y qué música puede existir sin la ayuda de un instrumento, que solo la creación, obra de las manos de Dios, puede proporcionar? No se permitía que instrumentos mecánicos, sino instrumentos de viento y clavicordios –elaborados con materiales animales y vegetales–, expresaran en la liturgia la sublimidad de la alabanza a Dios, que es “el bien, el sumo bien, Señor Dios, vivo y verdadero”[2]. Como dice el Salmo: “Despierten, arpa y cítara, despertaré a la aurora”[3]. En efecto, el ser humano no puede ser salvado sin la creación. Cuando actuamos en contra de la opus Dei, nos dañamos a nosotros mismos y nuestra alianza con el Creador. Según la tradición oriental, el ser humano que maltrata la naturaleza pierde el sentido de la belleza; quien no la cuida se vuelve perezoso y quien ignora su alteridad natural cae en la ignorancia. La espiritualidad de la alabanza acompaña a Francisco de Asís desde su conversión hasta el encuentro con la hermana muerte, atravesando las dificultades de la existencia humana, como las descritas en la parábola de la “verdadera y perfecta alegría”[4]. “Loado seas, mi Señor, por aquellos que ... soportan enfermedad y tribulación...”[5].
No puede haber reconciliación con los hermanos sin reconciliación con la tierra, como prescribe el anuncio del Jubileo. ¿Es posible, de hecho, proclamar la liberación de los esclavos si no se elimina la injusticia en la posesión de la tierra? Sí, ¡no hay liberación de los esclavos sin el descanso de la tierra! “¡El clamor de la tierra y el clamor de los pobres!” Francisco no conoce contraposiciones ni polarizaciones. En el lenguaje del Cántico, la diferencia se convierte en armonía y no en oposición, en complementariedad y no en disonancia. Incluso los géneros gramaticales de los sustantivos marcan el ritmo de la reciprocidad: hermano Sol y hermana Luna, hermano Viento y hermana Agua, hermano Fuego y nuestra hermana madre Tierra[6]. Y esto no es solo un hábito estilístico, sino una verdadera visión teológica que Francisco desarrolló en su camino evangélico. La fraternidad cósmica que proclama no elimina las diferencias, sino que las integra en un orden de respeto y reciprocidad, reflejando el vínculo original entre el hombre y la mujer, entre el cielo y la tierra, entre la luz y la oscuridad. Así, su canto no solo enumera a las criaturas, sino que las une en una unidad en la que incluso los con- trastes más radicales —día y noche, frío y calor— se reconcilian en una totalidad más grande. Nada es excluido de esta sinfonía, donde la diversidad de la creación no es fragmentación, sino riqueza, y donde cada ser, en su singularidad, está llamado a participar en la alabanza común del Creador: Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo[7]. Francisco aprendió que la unidad no es uniformidad, sino comunión: una interconexión de relaciones en la que cada criatura no existe por sí misma, sino en relación con las demás, en un orden de integración y reciprocidad que refleja la bondad divina.
Al Altísimo Buen Señor
Todo está conectado, todo está relacionado: todo es trinitario. Dios es todo y todo está en Dios. ¿Cómo expresar el júbilo al Altísimo, omnipotente y buen Señor, quien tras aquella noche de tormentos físicos y espirituales en San Damián, volvió a consolar a Francisco con la promesa de la salvación eterna, mostrándole una visión similar a la de un jardín maravilloso? Solo los sonidos, colores, sabores y olores de las criaturas nos permiten restituir plenamente la alabanza al Creador del universo. Solo la creación ofrece el lenguaje y la música para cantar su belleza: “En las cosas bellas reconoce la Suma Belleza y de todo lo que para él es bueno se eleva un grito: Quien nos ha creado es infinitamente bueno”[8].
“¡Dios mío y mi todo!”[9]. Francisco lo había repetido toda la noche en casa de Bernardo de Quintaval. Era el grito de Jesús en la cruz[10], unido a la esperanza de San Pablo: “para que Dios sea todo en todo”[11]. E incluso en el monte Alvernia, como relata el hermano León, Francisco volvió a contemplar el abismo del amor de Dios: “¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? ¿Qué soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?”[12]. Finalmente, en Alvernia, sin más vacilación, exclama: “Tú eres toda nuestra riqueza a saciedad”[13].
Dios es todo y todo está en Dios. Francisco no cesa de afirmar la infinita magnificencia y bondad de Dios: “Tú, Señor, eres el sumo bien, el bien eterno, de quien proviene todo bien y sin el cual no existe ningún bien”[14]. ¿Cómo podría él, ávido lector de las Escrituras, no reconocer en la creación misma la huella de Dios, el libro que narra Su belleza? Como escribe Tomás de Celano, su primer biógrafo:
“¿Quién será capaz de narrar de cuánta dulzura gozaba al con- templar en las criaturas la sabiduría del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento...”[15].
No lo duda Tomás de Celano, quien no deja de cincelar su narración sobre el origen del Cántico y su principio generador, escribiendo incluso el Memoriale in desiderio animae:
“Porque la bondad fontal, que será todo en todas las cosas, éralo ya a toda luz en este Santo”[16].
B. Por una fraternidad universal
Con el auxilio de las criaturas
“Altísimo, omnipotente, buen Señor...”: ¡no podría haber títulos más elevados para definir la plenitud cósmica del Dios de Francisco! Pero es precisamente al contemplar la inconmensurable grandeza del Padre de todas las cosas que Francisco descubre el abismo de su propia nulidad. La visión de la sublimidad del Altísimo desentierra en él la conciencia de su propia indignidad, lo que lo impulsa a invocar la ayuda de las criaturas. La excesiva bondad de este Dios, el único digno de alabanza, lo hace incapaz incluso de pronunciar su nombre:
“Tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, corresponden y ningún hombre es digno de hacer de ti mención”[17].
En la alabanza elevada a Dios por los veinticuatro ancianos del Apocalipsis[18], Francisco había identificado la culminación de su recorrido espiritual, que desde el “conocimiento” de Dios —“todo bien, el sumo bien, todo bien”— pasa al “reconocimiento” de su dulzura, fuerza y belleza, para llegar a la “restitución” de todo mediante la alabanza:
“Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios, altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los bienes son suyos y demos gracias por todos ellos, ya que todo bien de Él procede”[19].
Si en la Regla es Cristo quien acude en ayuda de la humanidad que “no es digna de nombrarte”[20], en el Cántico son las criaturas las que prestan su voz al género humano. Es esta gran intuición de Francisco la que el Papa Francisco retoma en Laudato si’, al señalar al santo del Cántico como modelo de ecología integral:
“Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de los débiles y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad [...]. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo”[21].
Huellas de la Palabra hecha carne
Solo en las criaturas el ser humano indigno encuentra ayuda para restituir la alabanza a Dios “como a Él le place”. Como recuerda Francisco en sus Admoniciones, las criaturas “sirven, conocen y obedecen, a su modo, mejor que tú a su Creador”[22]. Esto no es una invención poética de Francisco, sino fruto de su lectura atenta de la Biblia. En la liturgia, ante todo, las criaturas aparecen como un libro sonoro que narra “la gloria” de su Creador: “Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento proclama la obra de sus manos”[23]. Se ha debatido mucho entre los estudiosos sobre el valor de ese “con” en “loado seas, mi Señor, con todas las criaturas”. ¿Se trata de un complemento de compañía (“loado seas, Señor, y junto contigo sean loadas las criaturas”) o de un complemento de medio (“sea alabado, Señor, por medio de todas las criaturas”)? La declaración de la indignidad del ser humano al inicio del Cántico haría decantarse por la segunda interpretación. Al no encontrar en sí mismo una voz digna de alabanza, Francisco acepta la invitación del salmista: “Que todas tus criaturas te alaben, Señor”[24]. En los escritos de Francisco, junto con el con tus criaturas, también destaca el por; por medio de las cuales nos iluminas y sostienes. ¿Acaso no es la carne el eje de la salvación?
En la mirada poética
Que las criaturas no son producto de un demiurgo maligno, como afirmaba la herejía cátara de la época de Francisco, sino fruto de la belleza del Altísimo buen Señor, se evidencia sobre todo en la estrofa sobre la “madre tierra”. Leyendo atentamente el texto del Génesis:
“Produzca la tierra vegetación... hierbas... Produzca la tierra animales vivientes…bestias, reptiles y animales salvajes…Dios formó al hombre con polvo de la tierra”[25].
Francisco reconoce la dimensión maternal de la tierra, considerándola “co-genitora” de todas las demás criaturas, incluido el ser humano. La tierra no solo co-genera al inicio del mundo, sino que continúa su servicio maternal durante toda la historia, “nutriendo” y “gobernando” a todo ser vivo. La madre tierra gobierna porque nutre, presta un servicio político porque viste el delantal de nodriza, similar al que usó Jesús para el lavatorio de los pies.
“... y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”[26]. Que la hierba no solo sea alimento, limitando su función a una mera función utilitaria, sino también una criatura digna de ser admirada junto con las coloridas flores, es una intuición que nace del genio poético de Francisco. Incluso Tomás de Celano se asombra:
“¿Quién podrá explicar la alegría que provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al contemplar la galanura de sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? …Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor, como si gozaran del don de la razón”[27].
C. Bienaventurados los que soportan enfermedad y tribulación
En la escala de la creación
Finalmente, llegamos los seres humanos. La entrada en escena de hombres y mujeres parece provocar un “viraje brusco”, una sacudida, una repentina irrupción en el Cántico. Es como si Francisco hubiera preparado hasta entonces el terreno para la novedad o diversidad de estos últimos motivos de alabanza. La ecología franciscana, para ser verdaderamente integral, no puede excluir al ser humano. Pero la verdadera pregunta es: ¿cuál ser humano?
Hasta ahora, el ser humano, expulsado del jardín y sin palabras para alabar a su Dios, ha tenido que apoyarse en toda la creación, casi pidiendo su mediación. Ahora está listo para volver a entrar en escena, habiendo encontrado otras palabras. ¿Cuáles? Aunque el Cantar no tiene una unidad de composición en tiempo y lugar, sí expresa una unidad coherente de pensamiento.
Los elementos naturales descritos hasta ahora son alabados por lo que son naturalmente y por lo que aportan al ser humano. Reconocer esto y alabar a Dios por ello ya es un paso adelante. Pero Francis- co no alaba al ser humano de la misma manera. No alaba al hombre por sus características innatas, sino por algo que no es espontáneo: la capacidad de habitar el misterio de la vida, incluso en sus márgenes. ¿Acaso el propio Francisco no compuso el Cántico partiendo de su “margen” existencial?[28] Francisco alaba solo a “este hombre”, no a todos los hombres en general. El ser humano es capaz de estar conscientemente incluso en situaciones conflictivas, en la brecha, en la herida, en la contradicción, en la aparente derrota.
Francisco sabe bien que lo opuesto al amor no es el odio, sino la posesión, que a su vez puede desatar el odio. Sabe que abrazar es diferente a aferrarse: y Francisco ya no quiere poseer nada, ni siquiera a sí mismo, ni siquiera sus propios límites y sus propias fragilidades, sus propios miedos, el daño que otros le infligen.
Los últimos pasos
El Cántico es, ante todo, cristología –nos dice algo de Cristo– y, en consecuencia, antropología franciscana; es decir, nos dice quién debería ser el ser humano a imagen de Cristo. Si Jesús perdonó desde la cruz, en la fuerza de ese mismo perdón (“por tu amor”), el ser humano es tal porque, ante todo, perdona, incluso en medio del mal. Sabe responder de forma alternativa al mal recibido, interrumpiendo su ciclo. Es libre porque tiene la posibilidad de no acrecentar el mal que ya existe en el mundo.
Junto con esto, la grandeza del ser humano, aún a imagen de Cristo, reside en la posibilidad de acoger y dar sentido a la enfermedad y la fragilidad, vistas no solo como accidentes del recorrido. Como dice un leproso en un episodio narrado en las Florecillas: “¿Qué paz puedo recibir de Dios, que me ha quitado la paz y todo lo bueno, y me ha hecho todo podrido y apestoso?”[29]. A esto Francisco responde, tras haber exhortado a los frailes a cuidar del hermano enfermo: “Y pido al fraile enfermo que dé gracias por todo al Creador; y que, tal como el Señor lo quiere, así desee ser, sea sano o enfermo”[30]. Finalmente, llegamos a acoger la muerte, toda muerte, incluso la cotidiana, el escollo donde se desvanece cualquier sueño nuestro de omnipotencia, y a llamarla “hermana”. Esto significa reconciliarnos con ella, casi perdonarla. Con la condición de que lleguemos vivos, plena y evangélicamente vivos, al encuentro con ella. Es un problema de vida, no de muerte: encontrarnos con la muerte significa confrontarnos con el sentido profundo de nuestra vida.
Solo después de haber pasado por el perdón y la aceptación de la fragilidad humana y la muerte, aquel ser humano que al principio era indigno siquiera de “mencionar” al Señor, puede finalmente atreverse a alabarlo con voz plena, ¡en coro con toda la creación! Porque este es San Francisco, y con él toda persona libre, pacificada y con- forme a Cristo. Esto, servir (estar al servicio de, preferir el último lugar, estar sometidos a todos[31] y hacerlo “con grande humildad”, es decir, siguiendo los pasos de Cristo que “diariamente se humilla”[32], junto con alabar, bendecir y dar gracias, es lo que todo hombre y toda mujer deberían saber hacer mejor para seguir siendo verdaderamente humanos. Tanto es así que el manso Francisco prevé en el Cántico la posibilidad de un solo “ay”, reservado precisamente para aquellos humanos que no querrán ser tales.
D. En el corazón de Dios
Pensándolo bien
El Cántico no fue escrito en un solo momento, sino en el ritmo de la vida misma de Francisco:
• En el otoño de 1225, huésped en San Damián y ya casi ciego, compone las estrofas dedicadas a las criaturas.
• En julio de 1226, durante su estancia en la residencia del obispo de Asís, añade las estrofas sobre el perdón y la paz.
• A finales de 1226, ya próximo a la muerte, inserta la estrofa sobre la Hermana Muerte.
El Cántico no es solo una reflexión interior, sino el fruto de un alma misionera. En los versos dedicados a la paz y al perdón, surge el deseo de que los frailes “vayan con él por todo el mundo predicando y cantando las alabanzas del Señor”[33]. La elección de la lengua vernácula en lugar del latín demuestra el deseo de que su mensaje pudiera llegar a todos los corazones, sin barreras culturales o sociales. El Cántico es, en esencia, una dulce invitación a la conversión, un llamado a cambiar de vida, no como un imperativo moral, sino como una apertura a la experiencia de Dios en la creación. Para entrar en esta lógica de alabanza, Francisco ofrece dos claves: la pureza de corazón y la pobreza de espíritu.
Una auténtica visión teológica
El Cántico encarna una dinámica litúrgica con un doble movimiento: un descenso, en el que la mirada se abre para reconocer la presencia divina en cada criatura, y un retorno, en el que todo lo existente se ofrece nuevamente al Creador. Es la misma experiencia cristiana de Francisco la que dirige su mirada hacia la historia de la salvación, captada en un ritmo circular que une y reconcilia. Francisco se hace voz de un canto que descentra, pues quien alaba se despoja de sí mismo para reconocer que el bien no es una posesión, sino un don recibido y compartido.
El Cántico es la expresión de la visión redimida del mundo que Francisco maduró en su camino de fe. Francisco canta a partir de una profunda pacificación interior, reconciliado consigo mismo, con los demás, con la creación y con el misterio de la muerte. Esta fraternidad universal nace de la certeza de que todo lo que Dios ha creado es bueno. Su mirada, lejos de estar marcada por el sufrimiento que lo afligía al momento de la composición, se abre a la experiencia pascual: en la oscuridad, el ciego canta a la luz; en la enfermedad, el enfermo exalta la belleza de la tierra; en la inminencia de la muerte, el moribundo proclama la bienaventuranza eterna: “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal”[34].
En el Cántico, Francisco despliega una visión en la que el principio y el fin de la creación se entrelazan en una misma alabanza, como eco de la justicia original y anticipación de la plenitud del Reino de Dios. Este himno, tejido con la mirada pura de quien ha aprendido a ver el mundo con los ojos de la fe, no solo recuerda la armonía primordial en la que todo fue creado bueno, sino que también proclama el cumplimiento definitivo del plan divino, cuando toda realidad, transfigurada por la gracia, recuperará su unidad en Dios. Así, Francisco canta el pasado y el futuro del sueño divino, en un himno que es memoria y profecía, certeza y esperanza, celebración y deseo. Su alabanza no es un simple reconocimiento de la belleza creada, sino una confesión de fe en Aquel que es bueno con todos y su ternura alcanza a todas sus criaturas[35], sosteniendo el cosmos con su amor y conduciéndolo a su plenitud última.
Conclusión
Queridos hermanos y hermanas de la Familia Franciscana:
Los invitamos a celebrar con alegría el VIII Centenario del Cántico de las Criaturas en el Año Jubilar 2025. Hagamos nuestra la mirada clara y profética del Poverello de Asís, capaz de reconocer en cada criatura la huella del Creador y de llamarnos a todos a una fraternidad universal que abraza todo el cosmos.
En un momento en que las heridas de la tierra y el clamor de los pobres se escuchan
con fuerza, la voz de Francisco nos invita a redescubrir la belleza de ser peregrinos
y extranjeros en este mundo, custodios y no dueños de la creación, hermanos y hermanas
de todo ser viviente. Su canto nos insta a convertirnos en artesanos de paz y perdón,
a vivir la vulnerabilidad no como un límite, sino como una apertura a los demás,
a integrar la muerte en el gran misterio de la vida.
Con Francisco aprendemos a acoger cada realidad, desde la más brillante hasta la más oscura, dentro de una experiencia de alabanza y restitución. El Cántico nos enseña que no hay vidas sin sentido, ni criaturas sin voz, ni situaciones ajenas a la compasión divina. Todo está abrazado por la ternura del Padre y todo puede convertirse en motivo de alabanza.
Que esta celebración del centenario nos ayude a recuperar la mirada pura de Francisco, capaz de ver más allá de las apariencias y captar la dignidad y la belleza de cada ser.
Que así nos convirtamos, como él, en cantores de reconciliación y esperanza para nuestro tiempo, despertando en los corazones la capacidad de maravillarse, de agradecer y de cuidar nuestra casa común. Con gratitud y esperanza los bendecimos en el Señor.
Asís, 1 de septiembre de 2025
Prot. n. 38/25
[1] Cant. 5: FF 263.
[2] LodAl 3: FF 261
[3] Sal 108, 3
[4] FF 278
[5] Cant. 23-24: FF 263
[6] Cf. Cant. 5-22: FF 263
[7] Cant. 12-14: FF 263
[8] Mem 165: FF 750
[9] Actus 1, 21-22: Fontes 2087
[10] Mt 27, 46; Mc 15, 34
[11] 1 Cor 15, 28.
[12] FiorCons III: FF 1915
[13] LodAl 7: FF 261
[14] Pater 2: FF 267
[15] VbF 80: FF 458-459
[16] Mem 165: FF 750
[17] Cant. 2-4: FF 263
[18] Ap 4, 11
[19] Rnb XVII, 17: FF 49
[20] Rnb XXIII, 5: FF 66
[21] LS 10
[22] Am V, 2: FF 154
[23] Sal 18, 2-3
[24] Sal 144, 10
[25] Gn 1, 11.24; 2, 7.
[26] Cant. 22: FF 263
[27] VbF 81: FF 460
[28] Cf. CAss. 83: FF 1614-1615
[29] Fior 25: FF 1857
[30] Rnb X,3: FF 35
[31] cf. Rnb V,9: FF 19; Rb X,9: FF 104; SalVir 16-18: FF 258; 2Lf 47: FF 199
[32] Am I,16: FF 144; cf. LodAl 4: FF 261
[33] Spec 100: FF 1799
[34] Cant. 27: FF 263
[35] Sal 145,9