Volvemos a celebrar este tiempo
fuerte de Cuaresma que nos invita a la Conversión.
En hebreo bíblico esta palabra tiene una traducción que nos puede ayudar a la hora de considerar este término y su repercusión en nuestra vida “tesubah”: que significa dar la vuelta, cambiar de dirección, invertir el rumbo. Este verbo tiene un significado muy concreto que significa que lo que antes tenías delante de la cara, ahora lo tienes detrás. Cuando el profeta Oseas habla en su libro, de la mujer que, habiendo sido infiel a su marido, llega un momento en el que dice “me volveré a mi primer marido”, utiliza este verbo “tesubah”. Si antes la mujer caminaba hacia sus amantes (sus ídolos) ahora está llamada a dar la vuelta y a volver a Dios. También cuando habla que Dios se vuelve a nosotros, utiliza el mismo verbo. Podemos decir que Dios se convierte a nosotros, nos abre el camino del encuentro.
En
este camino cuaresmal, que este año lo vivimos dentro del Jubileo de la Esperanza
considero que, una de las llamadas que estamos percibiendo en este Camino de
Conversión, es volver a revisar nuestra vida de fraternidad. Si esto se
tambalea, se tambalea toda nuestra vida y no tenemos fuerzas para poder hacer
frente a lo que se nos presenta en el camino de seguimiento, y en las
dificultades que vivimos en la Comunidad.
Una de las opciones prioritarias para vivir nuestra vida de
hermanas pobres, es la fraternidad. Somos una
fraternidad. En la fraternidad acogemos a las hermanas que el Señor nos da; en
la fraternidad, cultivando los valores humanos, caminamos hacia la madurez
humana, cristiana y franciscano clariana; en la fraternidad acogemos la Palabra
del Señor, y desde la fraternidad, vivimos la Buena Noticia del Evangelio.
No podríamos entender la
vida de los bienaventurados Francisco y Clara sin la presencia de los hermanos
y de las hermanas que el Señor les ha dado.
La vida fraterna en comunidad, es participación en la comunión
trinitaria, La fraternidad es pues, antes de cualquier otra cosa, un don que
hemos de acoger con gratitud. Pero es también una tarea que supone esfuerzo y
empeño para construirla, respetando siempre la persona de la hermana, don de
Dios, tal como es.
Según el documento de Vida fraterna en Comunidad: La más alta
vocación del hombre es «entrar en
comunión con Dios y con los otros hombres, sus hermanos» (VFC 9). La
Iglesia, «desde el primer momento, se caracteriza
como fraternidad y comunión en la unidad de un solo corazón y de una sola alma»
(VFC 9) «Existe -afirma dicho
documento- una opinión generalizada de
que la evolución de estos últimos años ha contribuido a hacer madurar la vida
fraterna en las comunidades. En muchas de ellas el clima de convivencia ha
mejorado; se ha facilitado la participación activa de todos; se ha pasado de
una vida en común, demasiado basada en la observancia, a una vida más atenta a
las necesidades de cada uno y más esmerada a nivel humano» (VFC 47).
Somos conscientes que construir la fraternidad no es nada fácil,
sino que lleva consigo sacrificio, y que no es posible sin la entrega de cada
una; hemos de asumir las dificultades como retos y no como derrotas, y hemos de
enfrentarnos a los conflictos con madurez, delicadeza y atención, sin forzar
las cosas. Esto exige respeto, comprensión, humildad y diálogo, sin cortar
nunca la comunicación afectiva, ni buscar echar la culpa a nadie. Construir
fraternidad lleva consigo también aceptar con serenidad una sana y legítima
pluralidad en la diversidad de personas con las que vivimos.
No se trata de vivir en fraternidades ideales, que no existen,
sino de llevar una vida fundada en la caridad, la fe, el perdón, la aceptación
de cada una como es: con sus cualidades y flaquezas. La unidad que estamos
llamadas a construir es una unidad que se establece a precio de la
reconciliación. Creo muy urgente el que, desde el comienzo de la formación
inicial, preparemos a nuestras hermanas a ser constructoras de fraternidad y no
sólo consumidoras, a ser responsables unas de otras y a recibir a las demás, en
su diversidad, como un don de Dios.
A pesar del
camino ya recorrido en la construcción de la fraternidad, sigue habiendo
divisiones entre nosotras. Las divisiones entre las hermanas tienen siempre su
origen en el pecado de orgullo.
Las divisiones entre nosotras son un verdadero escándalo que no
podemos justificar desde nuestra opción por una vida fraterna en comunidad. Las
divisiones son una negación visible de lo que nuestra identidad exige: ser y
manifestarnos como hermanas, que acogen a la "otra" como un don del
Señor a la fraternidad. “Y amándoos
mutuamente por la caridad de Cristo, mostrad exteriormente con las obras el
amor que interiormente os tenéis, para que, estimuladas las hermanas con este
ejemplo, crezcan siempre en el amor de Dios y en la caridad mutua”. (TesCl
59)
Es un elemento esencial en este camino de fraternidad, crecer en una
comunicación auténtica, es necesario crear ambiente de confianza, sinceridad y
transparencia, hacerse una misma vulnerable a las demás, ser pequeñas. Sin
estos ingredientes y sin la vivencia de los valores humanos de educación,
control de sí, delicadeza, sentido del humor, capacidad de diálogo, amabilidad...,
nunca llegaremos a una comunicación que nos lleve a crecer en el seguimiento de
Jesucristo.
Frente a la cultura del subjetivismo que nos arrastra al
individualismo, a prescindir de la otra, hemos de optar por la cultura de la
fraternidad, hemos de continuar creciendo en el sentido de pertenencia
recíproca: las demás me pertenecen y yo les pertenezco.
Creo que este tiempo de gracia es un tiempo oportuno y propicio “para no echar en saco roto” la gracia
que Dios no ha dado de llamarnos a vivir como hermanas y el don de esta forma
de vida de “hermanas pobres”, tomemos conciencia de nuevo y cuestionémonos
sobre nuestra fidelidad a la llamada de vivir en fraternidad. Quizá se está
viendo oscurecida por unas relaciones fraternas que no son lo que el Señor nos
pide y no estamos dejando ese noble ejemplo al que Clara nos exhorta.
Volvamos al Señor, cambiemos el rumbo y cara a cara con El
renovemos nuestra pertenencia a estas hermanas que un día el Señor me regaló y
con quienes llevamos la “Llama viva de la
esperanza, hacia el seno eterno de infinita vida”.
Recibid un abrazo grande y fraterno de vuestra hermana y servidora.