Pestaña

lunes, 14 de agosto de 2023

Pascua de Sor Mª de los Angeles Fito Izquierdo

Fraternidad del Convento de Sta Ana, Badajoz
9 de agosto de 2023 

En la tarde del día 9 de agosto, el Padre de las Misericordias llamó a su presencia a nuestra querida hermana María de los Ángeles, a la edad de 90 años y 71 de vida religiosa.

Como comunidad reunida en torno a Jesús resucitado, creemos por la fe que la muerte no es el final de la existencia humana, sino la entrada en una condición de vida nueva y definitiva: en Dios y junto a todos los redimidos.

Sor Ángeles nació en la Morera (Badajoz) el día 21 de enero de 1933, hija de Juan e Isabel, quienes la bautizaron con el nombre de Joaquina. Perteneció a una familia creyente, bendecida con cinco hijos, de la que recibió la transmisión de la fe y el testimonio de una vida cristiana.

Ingresó en el monasterio de Nuestra Señora de los Dolores de Villa de La Parra, Badajoz, el 23 de abril de 1952, tomó el hábito el 31 de enero de 1953, hizo la profesión temporal el día 11 de febrero de 1954 y la solemne el 13 de febrero de 1957. Al quedar suprimido el convento de la Parra, donde ejerció diversos servicios, se trasladó a este monasterio de Santa Ana en septiembre de 1975.

Su vida consagrada como hermana Pobre de santa Clara, fue fiel reflejo de lo que profesó, ante todo, de una vida evangélica en la que el amor ha sido su norma de vida.

Amó a Dios, sobre todas las cosas, Él era el fundamento de su vida y a Él se entregaba en cuerpo y alma buscando espacios de soledad y de retiro donde se adentraba en la intimidad con su Esposo.  Cuidaba su vida espiritual con la lectura atenta y cordial de la Palabra, los Sacramentos, el rezo del Rosario, tenía una devoción especial a Nuestra Señora de los Dolores, Patrona del convento de la villa de La Parra. Además, las lecturas de buenos y piadosos libros le ayudaron a mantener ardiente su deseo de ser toda de Dios y de donación sin medida a sus hermanas, manifestada ésta, en los múltiples detalles fraternos de la vida cotidiana, en su bondad y ternura, en sus servicios ocultos, en su actitud de abnegación, de olvido de sí, en bien de su comunidad a la que amaba entrañablemente.

Hasta que su fuerza y la enfermedad se lo permitió, asistió a todos los actos de comunidad: ella quería, más aún, gozaba, con estar donde estuviesen sus hermanas, y aunque la audición y otras limitaciones ya no le permitían la participación plena, no obstante, estas circunstancias no apagaron lo que ardía y custodiaba en su corazón: el amor a Dios y a las hermanas. Siempre que le pedíamos que nos dirigiera una palabra, nos repetía lo que el apóstol san Juan afirma en su 1ª carta: “quien ama a Dios, ame también a su hermano”. Y nos insistía: lo importante es que amemos a Dios y a las hermanas. ¡Amaos!

Durante los siete años que ha permanecido en la enfermería, su carácter amable, afable, paciente y de conformidad con la voluntad del Señor, se acrecentó con el tiempo. Como hermanas pobres de santa Clara y en vísperas a la celebración de la solemnidad de nuestra hermana y madre santa Clara, agradecemos profundamente a Dios el don de su vida y vocación: su testimonio nos alienta en la peregrinación terrena hacia la casa del Padre, donde juntas alabaremos algún día eternamente al Señor.

¡Gracias Señor porque la creaste, gracias Señor porque nos la diste como hermana de fraternidad, gracias, Señor por el testimonio de santidad que nos ha dejado en su humilde y sencilla persona, gracias porque has estado grande con ella y, a través de ella, ¡con nosotras! ¡Bendito seas, Señor!