Pestaña

domingo, 25 de diciembre de 2022

Mensaje del Ministro General por Navidad

 

El  pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz [1]

A todos los Hermanos Menores de la Orden. A las Hermanas Contemplativas de nuestra Familia A los hermanos y amigos de nuestra Orden

 Estimados Hermanos y Hermanas,

¡El Señor os dé la paz!

 Esta Navidad nos lleva a dirigir nuestra mirada hacia los 800 años de la Navidad en Greccio que celebraremos en el 2023.

En ella reconocemos signos de luz y signos de oscuridad, entre la alegría, la noche y la pobreza del sitio.

«Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios, y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén»[2].

La luz de la Navidad, y del Centenario en Greccio, llega en un momento de obscuridad, cuando la paz está siendo amenazada en Ucrania y el resto del mundo, donde hay tantos conflictos, desde Oriente Medio a muchos países africanos, desde el Caribe a América Central y del Sur, desde Asia a Oceanía. Muchos de nuestros hermanos y hermanas viven en estas fronteras de la guerra y permanecen entre y con la gente, principalmente con los pobres.

 Hoy, más que nunca hagamos nuestro el grito de Jeremías:

«Esperábamos la paz y no hay bien; el tiempo de curación, y he aquí el terror»[3]

Es el grito de tanta humanidad y queremos hacerlo nuestro dirigiéndonos a Dios: este nos sacude de nuestra indolencia y distracción, nos impulsa a una nueva acción y pensamiento.

Con este grito y con Francisco nos preparamos a celebrar la Navidad: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno»[4].

Mirando hacia la luz y al mismo tiempo la oscuridad de la noche de Greccio y Belén, podemos unirnos al grito de tantos que invocan la paz y la esperanza: no es un anestésico, sino el modo de leer los signos de los tiempos y reconocer en la oscuridad de esta hora dramática los signos de una vida que es luz para los hombres, una luz que brilla en las tinieblas, aunque éstas no la reciban[5].

El Centenario de la Navidad en Greccio es una oportunidad para anunciar la luz del Evangelio en estos tiempos de tinieblas. ¿Cómo? En la lógica de la Encarnación para decir Dios debemos amar la tierra. Dios mira con amor el mundo el cual está en crisis y por eso nos da a su Hijo y en la fe nos permite reconocer que en el mundo de hoy hay más puertas abiertas que cerradas, más oportunidades que signos de muerte.

Quiero proponer algunas luces y oportunidades que puedo discernir en nuestra época.

La crisis en este tiempo oscuro es una oportunidad para un nuevo encuentro con Aquel que se hizo pobre por nosotros; lo es para cada uno de nosotros y también para nuestras fraternidades, las cuales necesitan una reforma profunda y urgente si quieren tener un futuro más vivo y creíble en nuestro tiempo.

La crisis de este tiempo oscuro es una oportunidad para redefinir la fe y el carisma hoy con palabras y acciones más esenciales que lo demuestren, a través de nuevas relaciones. Francisco subió a Greccio con sus hermanos, con los campesinos y los pobres, con el señor del lugar, sin límites.

La crisis en este tiempo de tinieblas es una oportunidad para escuchar el Evangelio de la paz como el criterio para repensar la fe en Jesucristo como memoria y profecía, para interpretar de una nueva manera, dinámica y creativa nuestro carisma de hermanos y hermanas, contemplativos, menores, afables y pacíficos.

La crisis de esta época oscura es una oportunidad para cultivar el diálogo: la guerra de Ucrania muestra el desconcertante y doloroso choque entre las iglesias cristianas. Es una provocación que desenmascara la instrumentalización que el poder hace de las religiones, que no pueden ser “instrumentos del reino”.

La crisis de este tiempo oscuro es una oportunidad para cultivar la teoría y práctica de la no violencia, que tiene profundas raíces evangélicas y franciscanas, todas por profundizar, incluso entre nosotros.

 ¡Estimados Hermanos y Hermanas!

Con la fiesta de la Virgen Inmaculada, en el corazón del Adviento, nos preparamos para vivir una Navidad luminosa y oscura a la vez, como en Belén, donde el Niño que nace está amenazado, y como en Greccio, donde Clara nos invita a considerar «el principio de este espejo, la pobreza de Aquel que es puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es acostado en un pesebre»[6].

Recibamos este don que viene de lo alto porque «al igual que la tierra produce sus plantas y como un huerto hace brotar lo sembrado en él, así el Señor, Dios, hará brotar la justicia y la alabanza en todos los pueblos»[7].

Somos testigos que la paz es un don antes de ser una obra nuestra, y por ello colaboramos con el Señor para el florecimiento de la vida plena que Él quiere derramar sobre todos.

Con este espíritu, extiendo a todos mis mejores deseos fraternos por una Santa Navidad y Feliz Año Nuevo 2023, inicio del Centenario Franciscano. Esta felicitación llega a los diferentes contextos y situaciones en los que vivimos. Que sea una Navidad en la cual, esperando en la oración, podamos gritar con muchos:

«Gotead, cielos, desde arriba, y destilen las nubes justicia; ábrase la tierra y produzca salvación y justicia broten a la vez; yo, el Señor, lo he creado»[8].

 Vuestro hermano y siervo

 Fr. Massimo Fusarelli, ofm

Ministro General

Roma, Italia, a 8 de diciembre 2022

Prot. 111861

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[1] Is 9,1.
[2] 1Cel 85.
[3] Jer 14, 19.
[4] 1Cel 84.
[5] cf. Jn 1,4-5.
[6] Carta IV a Santa Inés, 19-21.
[7] Is 61,11.
[8] Is 45,8.