Pestaña

martes, 9 de agosto de 2022

Carta de Madre Presidenta en la Solemnidad de Santa Clara

Sor M Teresa Domínguez Blanco, osc
Presidenta Federal

A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN
 

Queridas hermanas: El Señor os dé la paz.

Nos preparamos para celebrar la solemnidad de nuestra madre y hermana Clara. Y lo hacemos con gozo y gratitud. Con gozo y gratitud por la gracia carismática que en ella se nos ha dado y por las hermanas presentes y futuras que nos sigue regalando el Señor. Ellas son don y como don hay que acoger, cuidar y agradecer.  En la fraternidad, el fundamento de la relación no está en la elección sino en la acogida mutua. Es Jesús quien nos ha llamado y nos ha convocado al seguimiento en fraternidad. En el Espíritu franciscano, toda vocación, supone pertenecer a una fraternidad, crecer en ella, crear comunión con las hermanas y vivir en comunión con Jesús; no es posible seguirle fuera de este ámbito.

Nuestro Ministro General, Fray Massimo Fusarelli, el año pasado nos decía: “Necesitamos verdaderamente más vida acogedora, vivida, amada, entregada, compartida, para recibir la palabra evangélica, sin la cual el libro de nuestra existencia permanece sellado”[1].

Saborear, acoger, compartir, hermanar, son los verbos con los que, desde la acción del Espíritu os invito a vivir más intensamente la Solemnidad de Nuestra Madre Santa Clara, ella con su vida fraterna, cordial y entregada, nos dejó un testimonio profético para todas.

En este espacio de regocijo comunitario, y tras la interrupción necesaria y prudente que nos impuso la pandemia, por fin, en este año, hemos recuperado con entusiasmo los encuentros formativos federales, los cuales han sido una oportunidad extraordinaria y luminosa para volver a saborear profundamente las riquezas de la fraternidad; fraternidad, sí, ese maravilloso don de Dios que conlleva el encuentro personal y la acogida sencilla y cordial que nuestra Madre Clara descubrió como médula de la vida del Santo Evangelio que el Altísimo nos regaló en San Francisco: “Amándoos mutuamente por la caridad de Cristo, mostrad exteriormente con  las obras el amor que interiormente os tenéis, para que, estimuladas las Hermanas con este ejemplo, crezcan siempre en el amor de Dios y en la caridad mutua”[2]

La cercanía, la acogida, la alegría ha sido la tonalidad que ha reinado es esos días de formación común; juntas hemos celebrado el poder vernos, abrazarnos, compartir experiencias y enriquecernos mutuamente. Estamos especialmente convocadas a vivir y a disfrutar esa verdadera y fraternal alegría. Ésta toma forma concreta en estas oportunidades de encuentros donde, rompiendo nuestros círculos cerrados monacales, nos abrimos a un “nosotras” que nos enriquece y nos complementa.

El encuentro personal con cada una, en nuestros propios monasterios o en las actividades comunes de la Federación, es un kairós único para acoger al Señor, siempre humilde peregrino en los caminos de nuestra vocación, y para compartirlo luminosa y evangélicamente entre las hermanas “siendo ejemplo y espejo para las de dentro y los de fuera[3]”.

En relación a los cursillos federales, quisiera destacar en esta ocasión que, en los dos cursillos celebrados, hemos gozado de una formación muy sapiencial, de saboreo, de interioridad, muy en la línea de lo que hace ya bastantes años nos señalaba el padre Bini como desafío: “El primer reto de una contemplativa es el de la formación del corazón. Leemos muchos libros, nos hacemos con las últimas ideas, pero ¿nos acercamos al Evangelio? Cuando en el evangelio se alude al endurecimiento del corazón se emplea un término muy expresivo, el de “esclero-kardia” esta palabra quiere decir esclerosis del corazón. Ese corazón no vive, aunque recemos mucho. Es como si se nos atrofiaran las capacidades y posibilidades de amar[4].

Cisneros escribía: “La verdadera sabiduría está en ayuntar (juntar) el ánima a Dios”, a la cual sabiduría no se llega por el estudio o por la ciencia, sino por “ejercicios de entrañables afectos” y “sin ninguna escalera de toda cosa, que no sea amor de Dios”.

Necesitamos la formación del corazón. Cuando Clara nos invita a “conocer nuestra vocación”, no podemos encasillarla ni menos reducirla a  una formación retórica, especulativa, fría, meramente doctrinal; es todo el ser el que queda implicado en ese “conocimiento” que, en término bíblico, implica relación, intimidad, ser uno con el Uno, “estar constantemente conectadas a la “Fuente de la Vida” que es Dios, dejar que Dios nazca en el alma, para participar de la esencia de Dios”[5] Se trataría, según palabras de Francisco, de tener el corazón vuelto hacia el Señor o de colocar alma, corazón y mente, en el Espejo, en Cristo, hasta transformarse totalmente en imagen de su divinidad[6].

Las cartas de Clara demuestran, de forma inequívoca, cómo toda la experiencia de la Santa se construye en torno a la persona de Cristo, en la dimensión de la nupcialidad y en el empeño en querer seguir, poseer, admirar y espejarse en Él solo.

Y es que la formación del corazón nos pone como horizonte el seguimiento de Cristo, la identificación con Él, la búsqueda de su rostro, la transformación en el Amado. Además, nos capacita para sorprendernos y conmovernos con toda la realidad de nuestra existencia, porque “desde la acogida de la mirada del Padre somos capaces de descubrir el lado oculto de las cosas y personas, donde hay una belleza pura e incontaminada, completamente humana pero capaz de remitir a la belleza divina que la ha creado”[7].

Acudamos a Clara, quien tuvo todo su ser, mente, corazón y alma, vuelto hacia el espejo de la eternidad, hacia el esplendor de la gloria, hacia la figura de la divina sustancia hasta quedar, toda entera, transformada en imagen de su divinidad.[8]

Gracias, Señor porque la creaste, la santificaste y la miraste siempre como la madre al hijo que ama[9]. Realmente nos alegramos y damos gracias por esta singular mujer que, precediéndonos en el camino de la fe, con el testimonio de su vida nos ilumina y nos empuja a “apegarnos con todas las fibras del corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales, cuyo amor enamora, cuya contemplación reanima, cuya benignidad llena, cuya suavidad colma, cuyo recuerdo suavemente ilumina… y cuya visón gloriosa  nos hará dichosas en la Jerusalén celestial[10] .

Con esta esperanza, ensanchemos el corazón, abrámoslo, cada vez más, al amor de Dios y acojamos a cada una de nuestras hermanas en su propia singularidad.

Que el Espíritu del Señor y su Santa Operación nos guíen en este don y en esta tarea que construyen nuestra fraternidad y nuestra vocación sobre los cimientos inconmovibles de la alegría verdadera, sobre la esperanza jubilosa de que el Reino de Dios está dentro, y llega a nosotras en las hermanas.

Me encomiendo a vuestras oraciones y os tengo presente en las mías.

 

Prot.05/22                                                                                                        Badajoz, 01-08-2022

 

Fdo. Mª Teresa Domínguez Blanco
Presidenta Federal
 
 


[1] Carta Ministro General, Solemnidad Santa Clara, 2021
[2] TesCl 59-60
[3] TesCl. 19-20
[4] Giacomo Bini, “Escuchad hermanas”
[5] Cf. Mons. José Rodríguez Carballo, “Conoce tu vocación”
[6] Cf. 1 R 22,19.25; 3CtaCl. 12- 13.
[7] Cf. Amadeo Cencini, “Los sentimientos del Hijo” p.75
[8] Cf 3CartCl 12ss
[9] Pro III,20
[10] Cf 4CartCl 9-14