Pestaña

sábado, 9 de marzo de 2019

Mensaje de M. Presidenta para la Cuaresma

Sor Mª Teresa Domínguez Blanco. o.s.c.
 
No tardes en convertirte al Señor,
ni lo dejes de un día para otro (Eclesiástico 2,5a) 

A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN
Ya en el umbral de la Cuaresma, camino que la madre iglesia nos propone como itinerario de preparación para celebrar la gran solemnidad de la Pascua, culmen del año litúrgico, os invito a acoger con renovado empeño este tiempo favorable. Precisamente, este camino hacia la Pascua nos llama a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianas y consagradas, de fraternidad evangélica, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir la riqueza de la gracia del misterio pascual, don inestimable de la misericordia de Dios.[1]


          Hermanas, los signos de los tiempos, los acontecimientos eclesiales que ponen en entredicho la credibilidad de la Iglesia, la incertidumbre que atraviesa la vida consagrada además de los avatares económicos y políticos locales e internacionales, las inevitables dificultades personales y/o comunitarias, reclaman de nosotras una disposición inaplazable a “trabajar con temor y temblor por nuestra salvación[2], realizando la obra de Dios: “creer en el que Él ha enviado”[3]. Se nos llama a abrazar una vez más con decisión el  seguimiento indeclinable de Cristo, a personalizar el “por ti” que la hermana Clara menciona en su 2ª carta: “míralo hecho despreciable por ti - por tu salvación, se ha hecho el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz- y síguelo, hecha tu despreciable por Él en este mundo”[4]. El seguimiento evangélico es contracultural, no está de moda aunque es perenemente contemporáneo; requiere estar ataviadas con las joyas que proceden del ayuno, la limosna y la oración, para que al mirarnos en el Espejo, Cristo, seamos reflejo de su imagen y semejanza.

Así, ayunando, podemos aprender a cambiar nuestra actitud con los demás, desarrollando la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orando podemos llegar a renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitadas del Señor y de su misericordia. Dando limosna podremos salir de la necedad de vivir acumulando todo para nosotras mismas, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Posiblemente, de este modo volveremos a encontrar la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad[5]; porque es un amor que ama personal y totalmente hasta el punto de “entregarse a sí mismo por mí”[6]. Entrega que posibilita la respuesta y la consiguiente donación para que la vida que “vivo al presente en la carne, la viva en la fe en el Hijo de Dios”[7].

Queridas hermanas, "teniendo en cuenta el momento en que vivimos…Despojémos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz… procedamos con decoro…Revistámonos más bien del Señor Jesucristo”[8], pues la llamada a la conversión a la fe en Su amor, a la esperanza confiada y a la caridad sincera nos ha sido lanzada nuevamente, no sigamos retrasando el virar la existencia para ser hijas de Dios sin tacha en medio de esta generación, en la cual brillamos como antorchas en el mundo. Quizás sin quererlo o sin buscarlo y más aún sin pretenderlo ni merecerlo,  nuestra forma de vida y vocación nos pide ser en la Iglesia y en el mundo, faros que señalan el puerto a los que se han perdido en alta mar, antorchas que iluminan la noche oscura del tiempo que estamos atravesando y los centinelas que anuncian el nuevo día cuando todavía es de noche[9].

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, a la luz de los acontecimientos que vivía en su época escribió que «en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado». Dentro del macrocuerpo que es la Iglesia, nuestro ministerio orante no se limita a la adoración o a la intercesión, como un quehacer ajeno a nuestro ser más íntimo, sino que se nos llama a ser custodias vivas que portan la Presencia del Padre, en exposición permanente e iluminadas por la fe que se nos ha dado como don y tarea a la vez.

El momento es apremiante, no esperemos situaciones ideales u ocasiones propicias según nuestros esquemas perfeccionistas, sino que con andar apresurado y paso ligero, emprendamos seguras y gozosas el camino de la conversión cuaresmal, “abandonando el egoísmo, la mirada fija y narcisista en nosotras mismas o en la propia fraternidad, y dirijámonos alegres hacia la Pascua de Jesús; y como Él, hagámonos prójimas de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ello/as nuestros bienes espirituales y materiales”[10].

Unidas en el itinerario cuaresmal de vuelta al Padre de las misericordias, os encomiendo a mis oraciones y os suplico me tengáis presente en las vuestras.

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[1] Mensaje para la Cuaresma 2019, papa Francisco.
[2] Flp. 2, 12.
[3] Jn. 6, 29.
[4] 2ªCtaCl 19.
[5] Mensaje para la Cuaresma 2019.
[6] Gal. 2, 20b.
[7] Ibid.
[8] Rm. 13, 11-14.
[9] Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere, I, 6.
[10] Mensaje para la Cuaresma 2019.