
Sor Mª Teresa Domínguez Blanco. o.s.c.
No tardes en convertirte al Señor,
ni lo dejes de un día para otro (Eclesiástico 2,5a)
A TODAS LAS HERMANAS DE LA FEDERACIÓN
Ya en el umbral de la Cuaresma, camino
que la madre iglesia nos propone como itinerario de preparación para celebrar
la gran solemnidad de la Pascua, culmen del año litúrgico, os invito a acoger
con renovado empeño este tiempo favorable. Precisamente, este camino hacia la
Pascua nos llama a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianas y
consagradas, de fraternidad evangélica, mediante el arrepentimiento, la
conversión y el perdón, para poder vivir la riqueza de la gracia del misterio
pascual, don inestimable de la misericordia de Dios.[1]
Hermanas, los signos de los tiempos,
los acontecimientos eclesiales que ponen en entredicho la credibilidad de la
Iglesia, la incertidumbre que atraviesa la vida consagrada además de los
avatares económicos y políticos locales e internacionales, las inevitables dificultades
personales y/o comunitarias, reclaman de nosotras una disposición inaplazable a
“trabajar con temor y temblor por nuestra salvación”[2], realizando la obra de
Dios: “creer en el que Él ha enviado”[3]. Se nos llama a abrazar
una vez más con decisión el seguimiento
indeclinable de Cristo, a personalizar el “por ti” que la hermana Clara
menciona en su 2ª carta: “míralo hecho
despreciable por ti - por tu salvación, se ha hecho el más vil de
los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su
cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz- y síguelo,
hecha tu despreciable por Él en este mundo”[4]. El seguimiento evangélico es contracultural, no está
de moda aunque es perenemente contemporáneo; requiere estar ataviadas con las
joyas que proceden del ayuno, la limosna y la oración, para que al mirarnos en
el Espejo, Cristo, seamos reflejo de su imagen y semejanza.
Así,
ayunando, podemos aprender a cambiar nuestra actitud con los demás,
desarrollando la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de
nuestro corazón. Orando podemos llegar a renunciar a la idolatría y a
la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitadas del Señor y de su
misericordia. Dando limosna podremos salir de la necedad de
vivir acumulando todo para nosotras mismas, creyendo que así nos aseguramos un
futuro que no nos pertenece. Posiblemente, de este modo volveremos a encontrar
la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón,
es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en
este amor la verdadera felicidad[5];
porque es un amor que ama personal y totalmente hasta el punto de “entregarse a
sí mismo por mí”[6].
Entrega que posibilita la respuesta y la consiguiente donación para que la vida
que “vivo al presente en la carne, la viva en la fe en el Hijo de Dios”[7].
Queridas
hermanas, "teniendo
en cuenta el momento en que vivimos…Despojémos, pues, de las obras de las
tinieblas y revistámonos de las armas de la luz… procedamos con decoro…Revistámonos
más bien del Señor Jesucristo”[8],
pues la llamada a la
conversión a la fe en Su amor, a la esperanza confiada y a la caridad sincera
nos ha sido lanzada nuevamente, no sigamos retrasando el virar la existencia para ser hijas de Dios sin tacha en medio de esta
generación, en la cual brillamos como antorchas en el mundo. Quizás sin
quererlo o sin buscarlo y más aún sin pretenderlo ni merecerlo, nuestra forma de vida y vocación nos pide ser
en la Iglesia y en el mundo, faros que señalan el puerto a los
que se han perdido en alta mar, antorchas que iluminan la
noche oscura del tiempo que estamos atravesando y los centinelas que
anuncian el nuevo día cuando todavía es de noche[9].
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, a la luz de los acontecimientos
que vivía en su época escribió que «en la noche más
oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente
vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los
acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente
influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y
cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos
decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo
lo oculto será revelado». Dentro del macrocuerpo que es la Iglesia,
nuestro ministerio orante no se limita a la adoración o a la intercesión, como
un quehacer ajeno a nuestro ser más íntimo, sino que se nos llama a ser custodias
vivas que portan la Presencia del Padre, en exposición permanente e iluminadas
por la fe que se nos ha dado como don y tarea a la vez.
El
momento es apremiante, no esperemos situaciones ideales u ocasiones propicias
según nuestros esquemas perfeccionistas, sino que con andar apresurado y paso
ligero, emprendamos seguras y gozosas el camino de la conversión cuaresmal, “abandonando
el egoísmo, la mirada fija y narcisista en nosotras mismas o en la propia
fraternidad, y dirijámonos alegres hacia la Pascua de Jesús; y como Él,
hagámonos prójimas de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades,
compartiendo con ello/as nuestros bienes espirituales y materiales”[10].
Unidas
en el itinerario cuaresmal de vuelta al Padre de las misericordias, os
encomiendo a mis oraciones y os suplico me tengáis presente en las vuestras.
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[1] Mensaje para la Cuaresma 2019, papa
Francisco.
[2] Flp. 2, 12.
[3] Jn. 6, 29.
[4] 2ªCtaCl 19.
[5]
Mensaje para la Cuaresma 2019.
[6] Gal. 2, 20b.
[7] Ibid.
[8] Rm. 13, 11-14.
[9] Constitución Apostólica Vultum
Dei quaerere, I, 6.
[10] Mensaje para la Cuaresma 2019.